El blog de Gustavo Mata

Estrategia: Las reglas del juego en los negocios

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MICROECONOMÍA DE CONTRASTE PARA NEOLIBERALES CONVERSOS. LECCIÓN 6

LOS PRINCIPIOS DE LA TEOLOGÍA NEOLIBERAL SE PUEDEN MANDAR AL LIMBO CADA VEZ QUE LOS INTERESES DE QUIEN LA DEFIENDE SE VEAN AFECTADOS

“Where have all the neoliberals gone, long time passing, Where have all he neocons gone, long time ago”

Eso podría cantar hoy Bob Dylan, al comienzo de este otoño sin flores y con los neoliberales en desbandada. ¿A dónde se han ido los predicadores de que el estado y su intervención en la economía eran el problema y no la solución?

Veamos el vertiginoso zig-zag reciente –ahora intervengo, luego no intervengo, después vuelvo a intervenir- de la Administración de George W. Bush. Primero, no hace un mes, interviene para impedir que las dos grandes hipotecarias -Freddie Mac y Fannie Mae, empresas que finalmente tenían una garantía pública desde su constitución, aunque fueran privadas- se hundan. Pero luego, después de un fin de semana en Wall Street lleno de intentos de que alguien se hiciera cargo del desastre de Lehman Brothers se vuelve a aplicar el principio del que la hace la paga y no se impide la quiebra. Claro, entendida la lección, inmediatamente después, Merrill Lynch es salvado in extremis por la compra de Bank of America. Claro que después del mensaje dado que no se puede acudir a salvar cualquier cosa, sin solución de continuidad, no queda otra que acudir al rescate de la primera aseguradora del mundo AIG a punto de quebrar.

Pero el problema es más grave: todos los ídolos de la hoguera de las vanidades de Wall Street están tambaleándose: Morgan Stanley, Goldman Sachs, HBOS, Washington Mutual… Y además las bolsas de todo el mundo se hunden. Los especuladores toman posiciones a la baja sobre todos los valores sospechosos. Todavía se hunden más. La FED no puede parar esto bajando los tipos que ya son casi 0. Y entonces Bush, se “cisca” definitivamente sin ambages en los principios neoliberales y anuncia la creación de una gran agencia que adquiera los activos tóxicos -¿quién será el agente tóxico que todo lo contamina me pregunto yo?- y prohíbe las compras a la baja a plazo y a crédito en bolsa. El coste de la medida anunciada es aún incalculable, pese a ello todos se parapetan tras el argumento de que costará a las familias americanas mucho menos que la alternativa. ¿Será ésta la primera verdad qué dicen o será otra mentira más?

Hay que fastidiarse, después de tener que aguantar lo que hemos aguantado a los dogmáticos del no intervencionismo y del libre mercado sin restricción alguna tenemos que ver esto: George W. Bush el pontífice máximo de esa nueva teología neoliberal poniendo en marcha una intervención sin precedentes que puede llegar a representar según el economista Kenneth Rogoff, entre el 7% y el 14% del PIB, o sea entre un millón o dos millones de millones de dólares.

Ahora todos claman por una supervisión que impida el caos que ha generado el liberalismo sin control. Hasta John McCain se ha convertido al intervencionismo y al control rígido de los mercados cayéndose súbitamente del caballo neoliberal que graciosamente montaba, como cayó Saulo mientras perseguía cristianos para después de la caída convertirse al cristianismo. Dice McCain que hay que limpiar Wall Street. Hay que ver esto de la proximidad de las elecciones lo que ayuda a flexibilizar las posturas.

¡Ay!, ¡si yo tuviera una escoba, cuantas cosas barrería!

PROPIEDAD PÚBLICA Y PROPIEDAD PRIVADA

LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

Os decía el otro día que el debate político en Costa Rica ha sido, históricamente, intenso, entre el PLN -socialdemócrata- y PUSC -neoliberal-. Ahora preside el país Oscar Arias, del PAC –una escisión del PLN-, más de centro reformista, que está en su segundo mandato; todos los ticos con los que he hablado reconocen que lo está haciendo bien, aunque la inflación que ya ronda el 12 % esté estropeando su gestión; ellos la atribuyen casi sólo al alza de los precios del petróleo, aunque la política monetaria y el déficit tanto de las cuentas del estado, como el de la balanza por cuenta corriente tenga bastante que ver en ella, también. El país no tiene petróleo y las primeras materias que exporta son -fundamentalmente- agrícolas; la industria aún no es muy fuerte y los servicios crecen fuertemente aumentando su peso relativo en la economía que tiene una fuerte inversión directa procedente, sobre todo, de EEUU. Todo eso junto, pese a que el consumo interno está tocado por la fuerte inflación, genera déficit en la balanza por cuenta corriente. Como señalaba en mi post anterior, Costa Rica tiene un avanzado sistema público de salud y de educación -avanzadísimo para el área geográfica en la que está-  y un gran peso del sector público puesto que muchos de los servicios básicos -banca, seguros, telecomunicaciones, energía, alcohol, puertos, etc.- se gestionan desde empresas o entes autónomos de capital público, con una dirección manifiestamente mejorable, como suele ocurrir con muchos de los entes públicos, en todas partes. Toda esta carga genera déficit en las cuentas del estado y el Banco Central, pese a su autonomía, se ve arrastrado por la situación y se debate entre subir o mantener los tipos de interés, bajar o no el cambio entre el colón -la moneda local- y el dólar -que dada la situación del dólar en el pasado reciente está relativamente alta-, poner o no más colones en circulación, comprar o vender dólares, etc.

El Presidente Arias querría reformar esa situación privatizando algunas de las empresas públicas -que, además, lo son por mandato constitucional- pero, para ello, no tiene mayoría suficiente y necesitaría el apoyo de los socialdemócratas del PAC, que se oponen.

El vendaval neoliberal que afectó a toda Latinoamérica las pasadas décadas también llegó a Costa Rica, pero no arregó -ni en Costa Rica ni en el resto del subcontinente- casi nada. Ese vendaval ha tenido como respuesta reactiva la aparición en el área de algunos regímenes claramente socialistas -Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador. ¿Paraguay?- que son un fracaso, y de otros de izquierda socialdemócrata  -Chile, Brasil, Perú, Uruguay-, más eclécticos, que están teniendo un relativo éxito.  La situación actual de los mercados de primeras materias al alza –impulsada por la creciente demanda mundial, sobre todo la de China e India- beneficia a los países latinoamericanos -más a los que tiene petróleo, gas o minerales clave- y su crecimiento no se ha visto tan afectado, hasta ahora, por la crisis de EEUU, su gran cliente tradicional. Para  terminar de entender mejor el contexto hay que tener presente la tremenda pobreza en la que viven muchos latinoamericanos y el tremendo peso que tiene la economía informal; en Costa Rica también.

¿QUÉ PAPEL DEBE TENER EL ESTADO HOY?

La respuesta es una decisión soberana de cada país. Pero el debate abierto en Costa Rica me lleva a exponer, brevemente, algunos de sus fundamentos teóricos.

El denominado por Stigler teorema de Coase, formulado por Ronald Howard Coase, Premio Nobel de Economía de 1991, sirve, a menudo, de coartada ideológica a los que niegan que la propiedad pública sea necesaria. El teorema demuestra que cuando, como consecuencia de una actividad económica de alguien que tiene un derecho de uso de un bien público, se generan externalidades negativas para un tercero -consecuencias negativas de la actividad sobre el uso de ese bien público-, la solución óptima -la más eficiente económicamente- se alcanza dejándoles negociar, siempre que los costes de esa transacción sean mínimos o nulos, y prueba que eso ocurriría independientemente de quién fuera el propietario de los derechos de uso sobre el bien público, porque, al final, uno debería compensar adecuadamente al otro, dependiendo  el acuerdo de sus beneficios y de la afectación a los beneficios del otro, a causa de la actividad.

Como decía, este teorema lleva a los dogmáticos a sacralizar la propiedad privada de todos los bienes y a condenar cualquier propiedad pública. Si una fábrica contamina un lago en el que pesca un pescador, independientemente de quién tenga el derecho de uso del lago -la industria o el pescador-, lo mejor sería dejarles negociar y que pactaran la solución. Claro que el teorema de Coase no funciona si la actividad de uno afecta por externalidades negativas, en lugar de a uno, a varios. Entonces, al ser  más de uno los afectados, y no ser afectados individualmente, sino el conjunto, no es posible una solución óptima económica  obtenible negociando individualmente para resolver el conflicto de intereses. La naturaleza común de la propiedad sobre el lago lo hace imposible. La contaminación no está repartida, es común, no hay forma de separar la parte contaminada del lago de cada uno. No hay derechos de contaminación sobre una parte. La propiedad del lago como sujeto de contaminación es necesariamente común. Por mucho que uno negocie una compensación individual, eso no afecta a la resolución del conflicto para  todos los demás. El que acordara primero tendría compensaciones menores y el que esperara a ser el último en negociar las tendría mayores con lo que todos querrían ser el último; es decir, razonablemente, no negociarían.

Por tanto el famoso teorema no sirve si las externalidades afectan a más de un agente. ¡Lo que ocurre siempre o casi! Además si los costes de transacción fueran altos tampoco funciona el teorema. Tampoco se  contempla que las externalidades sean duraderas –con efectos a largo plazo- o irreversibles -lo que, desafortunadamente, en muchos casos ocurre-. Pese a todo, como digo, los dogmáticos epígonos de Coase van mucho más allá que su maestro inspirador y proclaman que este teorema demuestra el origen natural y sacrosanto del derecho de propiedad privada y niegan el derecho de la propiedad pública que sería antinatural e ineficiente “per se”. Lo previo sería que lo que discute el teorema no es la propiedad de un bien público sino el derecho de uso de ese bien, pero ese detalle -fundamental- lo olvidan; ¡por supuesto!

Está claro que el estado, en general, es un mal gestor de empresas, pero no es cierto, a mi entender, que el mejor estado sea el menor estado posible. Pese a todo, los neoliberales conceden -a su pesar- que parte de la seguridad debe ser pública. También la defensa. Para garantizar los bajos costes de transacción, también admiten que debe garantizar la administración de justicia.

Pero no sólo hay externalidades negativas. Las infraestructuras públicas, o la educación crean enormes externalidades positivas. Independientemente de que puedan ser en parte apoyadas por la iniciativa privada son esencialmente públicas.

No todos los bienes son privatizables, algunos son públicos y escasos. Cuando un bien es escaso y público debe ser gestionado en común. Y, entonces, el estado es el único propietario posible. Puede que al estado le convenga encargar a un ente autónomo la gestión, o encargar a varias empresas la gestión y tutelarlas, pero la gestión debe ser común.

¿para qué hace falta el Estado?

Cómo escribí hace unos días en BADARKABLAR el blog de CEPADE: “¿Quién estaría encargado de minimizar los costes de transacción? la administración del Estado. Y ¿quién habría de arbitrar las soluciones cuando los costes de transacción fueran altos?: también el estado. Y si las externalidades fueran a largo plazo ¿quién habría de imponer las soluciones?: ¡vaya!, otra vez el estado. ¿Y si fueran planetarias como la contaminación, el cambio climático, el deterioro irreversible del medioambiente: como la desertificación a la muerte biológica de grandes áreas marinas?: eso no lo arreglaría más que un poder planetario, ¡qué horror! -dirían- ¿No?

También hay externalidades positivas, como las que se producen por la aparición de internet o por la construcción de infraestructuras, etc. ¿De promover esas actividades debe ocuparse tal vez el estado?

¡Vaya con el estado! Resulta que nos hace más falta de lo que pensábamos. Otra cosa es que éste, el estado, se dedique a cosas que no debe hacer o que es manifiesto que cuando las hace es ineficiente, pero ¡qué no nos haga falta!…

No olviden los neoliberales conversos que el estado moderno, con sus tres poderes independientes, etc., es un invento de los liberales, de los de verdad, no de estos epígonos neo conversos que tanto abundan hoy.”

Gustavo Mata

EL FUTURO DE PERÚ YA ESTÁ AQUÍ

Hace dos años, estuve en Lima, en donde me encuentro ahora, justo durante la semana previa a la celebración de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en las que AGP, Alán García Perez, se impuso a Ollanta Humala. Entonces dejé Lima, rumbo a Quito, en el mismo Domingo electoral, y a mi llegada, lo primero que hice fue encender el televisor, que echaba humo con noticias respecto al resultado. En caliente, escribí un artículo para CINCO DÍAS en el que hablaba del futuro que le esperaba a Perú.

He tenido la oportunidad de viajar otras dos veces a Lima, desde entonces: una hace un año y otra ahora. Eso me da una cierta distancia y una cierta cercanía a lo que pasa.

¿Cómo encuentro el País? No está mal. Está mejor que estaba, mucho mejor, es palpable en cada esquina, ¿pero está bien? Estoy con gana de escribir sobre ello desde que llegué pero he preferido esperar unos días y, sobre todo, esperar para poder charlar con un interesante grupo de mis antiguos alumnos, abogados en ejercicio en diferentes especialidades en Lima, con los que tuve ocasión ayer de compartir un excelente almuerzo – lo que en Lima no es noticia: ¡Madre mía! ¡Qué bien se come aquí! -. Durante el almuerzo tuve ocasión de ver la situación desde la óptica de la opinión pública real y no sólo desde la óptica de la opinión publicada en la prensa local, que cada día, como os podéis imaginar, devoro.

Alán García ha hecho un ejercicio de contorsionismo político impresionante: desde la izquierda radical de su primer mandato, que acabó siendo un desastre, a una posición tan poco izquierdista que ahora parece un puro neoliberal. ¡Quién te ha visto, Alán, y quién te ve! El brillante orador tan dado a los excesos populistas, rozando casi siempre la demagogia en sus discursos, que se pasó esta primera Presidencia, entre1985 y 1990, con un enfoque radical de izquierdas, defendiendo el sector público a ultranza, negándose al pago de la deuda exterior, etc., hasta que terminó con todo el país en las colas del racionamiento, tuvo que exilarse después de esta primera Presidencia. Ahora el “nuevo AGP” que promociona incesantemente su país entre los inversores foráneos, ha decidió incorporar al Perú a la economía global, bajar aranceles, garantizar la estabilidad monetaria y fiscal, desregular el mercado laboral excesivamente rígido, etc., y, en su entusiamo, llega a criticar a los ecologistas y defensores del medio ambiente frente a los abusos de muchas empresas mineras, llamándoles “el perro del hortelano, que ni come ni deja comer”.

Está preocupado, dice, porque el 70 % de los peruanos está en el sector informal y quiere resolverlo eliminado la mayor parte de las formalidades. Como muchas empresas eluden el pago de impuestos, quiere, para arreglarlo, bajarlos, etc. Nada de incrementar la inspección o de mejorar el aparato sancionador de las conductas irregulares, lo que hay que hacer es desincentivar el incumplimiento aligerando la carga. ¡Vamos, que el antiguo socialista radical es ahora es un neoliberal, también radical! La base del progreso humano para él es ahora la libertad del mercado. Llega a decir en una entrevista a The Wall Street Journal: “Cuando dicen que el mundo está amenazado por la inmigración, la pobreza, la destrucción del medioambiente y la concentración de monopolio, me río. Yo tengo una fe total en la inteligencia humana y la tecnología superarán cualquier obstáculo geográfico o social”

Claro que la ineficacia de la administración peruana sigue siendo paradigmática, el clientelismo político del APRA – el partido de AGP, fundado por el “mítico Haya de la Torre, propugnador histórico de un socialismo con tintes de democracia orgánica – continúa, la corrupción sigue siendo alta, la inseguridad no se corrige, la delincuencia tampoco, la pobreza apenas disminuye, la extorsión bajo una especie de careta sindical a los constructores medianos tampoco. En la zona afectada por el terremoto de hace un año aún no se ha reconstruido ni una casa, pese a todos los capitales que se han destinado a ello. Las compensaciones que pagan, a las comunidades en las que actúan, las compañías mineras no se gastan por falta de eficacia – ¿sólo de eficacia? – de los organismos encargados de gestionar el gasto, etc. Eso, no tiene ninguna gracia.

Los resultados macro económicos están siendo buenos: la inflación es muy baja para la zona, la economía está creciendo en los últimos seis años – él lleva dos en la Presidencia – a tasas del 6,5 % anual, y en estos últimos casi roza el 10 %. Esto se debe, sobre todo, a los precios crecientes de los minerales que Perú exporta, como consecuencia de la gran demanda, especialmente provocada por China e India. La evolución del cambio del sol, que se ha apreciado frente al dólar, también es un factor a tener en cuenta. Se habla mucho de que los capitales que acuden al país son capitales golondrina que se dedican a especular a corto plazo más que a invertir a largo, pero llegan.

No quiero sacar conclusiones que no serían rigurosas con tan pocos elementos de juicio, sólo pretendo compartir con vosotros la visión momentánea y concreta que tengo ahora de este maravilloso país, lleno de gente maravillosa.

Ojalá que los peruanos recuperen aún más la fe en sí mismos. Esa es una de las grandes claves. Cada vez son menos los alumnos que tengo que sueñan con instalarse en Europa y que en lugar de eso piensan en quedarse en su país para contribuir a mejorarlo, pero siguen siendo aún muchos los que preferían irse y eso sí que es una desgracia para Perú.

Gustavo Mata

Dogmáticos

Publicado en CINCO DÍAS (09-10-2006)

El liberalismo promueve las libertades individuales y propugna que se limite el poder de los Gobiernos. Para los liberales la libertad del mercado es el motor del progreso humano; la competencia y la búsqueda individual de los beneficios lleva al desarrollo y, por tanto, al bien común. No hace falta nada más que la libertad de mercado: entonces, la mano invisible de Adam Smith, gobernará todo en interés de todos.

En el siglo XX, la Gran Depresión de 1929 casi acaba con la doctrina liberal. En los años treinta el mundo se convulsiona y una parte importante se posiciona en dos modelos extremos: fascismo y comunismo. Se crean monstruosos Estados totalitarios que, desde supuestos ideológicos diferentes, pero igualmente perversos, intentan controlar todo. Estalla la Segunda Gran Guerra Mundial; al final de la misma, el mundo libre tiene que enfrentarse a la Unión Soviética y sus satélites en otra larga confrontación: la Guerra Fría.

En los años siguientes, en el contexto de la lucha contra el comunismo, empieza a desarrollarse el neoliberalismo: una corriente ideológica que lucha contra el comunismo y, de paso, contra cualquier movimiento de izquierda. Esta corriente de pensamiento alcanza su plenitud durante los años ochenta, con el señor Reagan y la señora Thatcher al frente, respectivamente, de los Gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido.

En la década de los noventa se desmantela la URSS; pero, pese a la desaparición del enemigo, el neoliberalismo no ceja; llega a cuestionar absolutamente los avances de la socialdemocracia: el Estado de bienestar, sus fundamentos y sus logros. Para la doctrina neoliberal no hay alternativa posible a sus ideas: el poder político no debe, según ellos, tener influencia alguna; los hechos, dicen, han demostrado la invalidez de todas las medidas intervencionistas.

El mercado es -nadie lo duda- el más eficiente asignador de recursos y el mayor generador de bienestar; pero los liberales clásicos entendían que para que el modelo funcionara era necesario un Estado de derecho fuerte, con una clara separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, en el que todos, incluido el propio Estado, estuvieran sometidos al imperio de la ley. El pensamiento liberal es el padre del moderno Estado de derecho, que es el marco imprescindible para que el modelo liberal pueda funcionar.

Para que el modelo neoliberal fuera eficaz sería necesario que todos los mercados fueran perfectos -sin oligopolios ni monopolios, sin oligopsonios ni monopsonios-, con la misma información -toda- al alcance de todos. Además, sería necesario que no hubiera externalidades negativas a largo plazo derivadas de la actividad económica, y que para las externalidades negativas a corto plazo, los costes de transacción, entre los tenedores de intereses contrapuestos, fueran nulos (las externalidades negativas son los efectos indeseados para terceros de las actividades económicas -como la contaminación, por ejemplo-; también hay externalidades positivas, por ejemplo el efecto beneficioso inducido sobre el resto de las actividades del desarrollo de internet). En muchos casos esas condiciones no se dan, o, mejor dicho, en la práctica, nunca se dan; pero parece que a ningún neoliberal le importe eso.

El Estado debe, al menos, garantizar el imperio de la ley; intervenir en los sectores en los que las economías de escala lleven a que alguien domine el mercado para impedirlo; disminuir los costes de transacción de las externalidades negativas a corto plazo, flexibilizando al máximo el marco económico; propiciar las actividades con externalidades positivas con políticas de apoyo; y, sobre todo, imponer soluciones para las externalidades a largo plazo, para las que es difícil que nadie pacte soluciones transaccionales si no se le obliga. Sabemos que muchas de estas medidas, para poder ser efectivas, han de ser planetarias: como aquellas que tienen que ver con la lucha contra la contaminación, el cambio climático, la desertificación, la pérdida de la biodiversidad, la aniquilación de los recursos pesqueros en todos los mares, la pobreza, las hambrunas, etcétera.

El neoliberalismo es un dogma: ‘el Estado es el problema, no la solución’. Un dogma es una doctrina, que según el que la formula, no admite réplica. El dogmatismo es la tendencia a convertir simplificaciones del conocimiento, en verdades indiscutibles, al margen del análisis, del estudio, de la crítica y de la discusión. Un dogmático es el que no se hace preguntas porque ya posee todas las respuestas; pero, a menudo, el dogmático es el que hace el papel de tonto útil al cínico. Un cínico es el que es indiferente a cualquier esquema de valores e impúdicamente se apropia de él y lo hace trabajar en su exclusivo beneficio; ¿es eso lo que está ocurriendo con los neoliberales dogmáticos?

En lugar de dogmático yo prefiero ser escéptico. Un escéptico es el que se hace siempre preguntas, aunque muchas veces no sea capaz de encontrar las respuestas. ¿Cómo no hacerse preguntas frente a la situación de la humanidad en el siglo XXI? Seguimos sin respuestas a los problemas que la humanidad tiene hoy; en todo caso, el neoliberalismo dogmático no es, desde luego, la respuesta.

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