Parece mentira que haya alguna persona con una historia más desgraciada y seguramente la habrá. Asha Ibrahim Dhuhulow nació en el campo de refugiados de Hagardeer, en el sur de Kenia, en 1995. Era la decimotercera de la familia: tenía seis hermanos y seis hermanas. Su familia huyendo de la guerra entre clanes de su país estaba acogida allí. Asha tenía ataques de epilepsia. Para que fuera tratada la familia la envió con su abuela a Mogadiscio, pero la guerra la dejó atrapada en Kismayo, ciudad que quedó bajo el control de las milicias integristas de Al Shebab mientras ella viajaba. Un sábado por la noche, tres hombres la arrastraron a la playa y la violaron. Ella los denunció y los detuvieron. Pero miembros de la familia de los agresores – un potente clan – la convencieron con promesas de dinero de que retirara la acusación y perdonara a los tres hombres. Ella necesitaba el dinero para continuar su viaje y aceptó. Al tiempo los mismos familiares acusaban ante el tribunal a Asha por extorsión. Cuando Asha, va a retirar la denuncia, es arrestada y acusada además de extorsión de adulterio por mantener relaciones sexuales sin estar casada. Juzgada sin defensa ni garantía alguna es condenada a morir lapidada.

Asha es el paradigma de la injusticia que impera en el mundo de hoy. Refugiados, hambre, pobreza, guerra, fanatismo, falta de condiciones para garantizar la salud y la educación, injusticia, salvajismo,… todo parece haberse concatenado para hacer de su caso el más representativo de la desgracia que se abate sobre muchos seres humanos.

El lunes cuando iba a ser ejecutada había más de mil personas esperando ver la ejecución de “una prostituta; una mujer adultera y bígama de 24 años” según se había anunciado. Cuando le quitan el capuchón negro de condenada, todos pueden ver a una niña proclamando su inocencia y se amotinan intentando liberarla. Los milicianos disparan a la multitud matando a un niño e hiriendo a seis personas más. Después cincuenta de ellos rodean a la niña, le cubren la cabeza de nuevo con el infamante capuchón y la lapidan hasta matarla. Tres veces interrumpen la lapidación porque parece muerta y tres veces la continúan tras comprobar que aún vive.

El Corán no incluye la lapidación como castigo para ningún delito. No se habla de eso en el sagrado libro de los musulmanes escrito por Mahoma bajo la divina inspiración de Alá. Fue instituido algunas décadas después de la muerte de Mahoma. Donde se recoge este castigo es en la Biblia. La lapidación es una de las formas más antiguas de ejecutar la pena de muerte; se decretaba entre los judíos contra los culpables de idolatría, de blasfemia contra Dios, de violación del sábado, contra la mujer que al tiempo de su matrimonio no era virgen, o contra la prometida que tenía relaciones con un extraño, … El condenado era arrojado fuera de la ciudad y allí lapidado, debiendo ser los testigos de su delito los primeros que lanzaban las piedras.

En el Evangelio se relata como Jesús salvó a una mujer adúltera de ser lapidada cuando un grupo de “escribas y fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola ante él, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos ordena apedrear a éstas; tú, ¿qué dices?”. Y él al tiempo que escribía en el suelo extraños signos dijo “El que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Porque solían ser los acusadores los que estaban en la primera fila para empezar a lanzar las piedras. Tenían prisa en hacerlo porque si se descubría la inocencia del reo los acusadores eran acusados de perjurio. Y cuando todos se fueron Jesús se levantó y dijo a la mujer “yo tampoco te condeno; vete y no peques más”.

Los Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Irak e Irán usan esta forma de castigo. Pakistán lo incluye en su código penal, pero no lo ha usado recientemente. En África no se había usado nunca hasta tiempos recientes. En el Norte de Nigeria el islamismo patrocinado por Arabia Saudí la introdujo en su código penal, pero la presión internacional impidió recientemente las ejecuciones de Safiya Hussain y de Amina Lawal que habían sido condenadas a morir lapidadas. Nunca se había usado ese castigo en Somalia hasta que las milicias islamistas lo han usado contra Asha.

El caso de Asha es el ejemplo más sangrante de todo lo que hace falta erradicar para hacer este mundo habitable para los humanos. La educación universal, la emancipación de la mujer, la salud reproductiva, la eliminación de la pobreza extrema, etc. están entre los olvidados objetivos del milenio, acordados y comprometidos en la ONU por todos los países del mundo. Con menos de la vigésima parte de lo asignado para salvar el sistema financiero mundial se conseguirían.

Y nosotros pensando sólo en la caída de las bolsas.