El origen del problema es la burbuja inmobiliaria americana. La burbuja se asentó en una gigantesca especulación basada en tipos de interés escandalosamente bajos, mantenidos durante años, desde los horribles atentado del 11 S, y en una ausencia culpable de la regulación de la banca de inversión ideológicamente sustentada en un “laissez fair” culpable que predicaba que el estado no debía intervenir en la economía. En España la burbuja no ha sido exactamente así. La morosidad de los hipotecados con las “subprime” que desata la crisis no tiene nada que ver con la que se puede dar aquí. El mercado inmobiliario español está mucho mejor sustentado; aunque tuviera también una componente especulativa, éste estaba apoyado por un fuerte crecimiento económico, con una pujante demanda interna; un fuerte aumento de población, a causa de la fortísima inmigración; y un incremento notable de población urbana asentada en nuevas zonas de grandes ciudades; además de una demanda de segunda vivienda, de muchos ciudadanos españoles y muchos comunitarios, en las zonas turísticas; todo ellos sobre una cultura de que todos queremos tener casa propia y no alquilar una. Por otra parte los bancos españoles no se volvieron locos de codicia dando créditos a alto interés a gente insolventes como han hecho los americanos. Aunque algún exceso se ha cometido dando préstamos que cubrían el 100 % del valor de la vivienda y a veces algo más, a plazos excesivos, en general los créditos están bien avalados y no sólo por las garantías del bien hipotecado sino por garantías suplementarias, como todos los que hemos pedido alguna vez una hipoteca bien sabemos. En EEUU no sólo se dio crédito a quien no lo podía pagar – los famosos ninjas: gentes sin trabajo, sin ingresos y sin activos, “no income, no job, no assets” – a tipos altos, por importe superior al precio del bien hipotecado – pensando en la revalorización del mercado, como si nunca se fuera a parar – sino que además esos créditos hipotecarios subprime se los quitaron rápido de encima, cobrando además jugosas comisiones en cada movimiento, vendiéndoselos a terceros, encima con engaño, haciendo paquetes: mezclando los buenos con los malos, para confundir al comprador, contando para ello con la cómplice anuencia de las agencias de rating que los calificaban como buenos cuando no lo eran. El importe de los créditos es descomunal y el efecto contaminación, por las sucesivas ventas de estos activos estructurados, al calor de la falta de regulación y de supervisión, mundial. Cuando la fiesta se acabó la burbuja estalló. Empezaron los impagados. El precio de la vivienda empezó a no subir y rápidamente a bajar. Los bancos se encontraron con un papel que nadie quería y que valía mucho menos de lo que habían pagado por él, empezaron a aflorar los daños, a cada valoración el agujero aumentaba, aparecían bancos contaminados en todo EEUU y fuera, pero el agujero seguía creciendo. Se hubiera llevado por delante a Fanny Mae y a Fredy Mac si no fuera por su carácter semi público – o sea las ganancias de estos bancos hipotecarios son privadas y las pérdidas públicas, podríamos decir simplificando – y se lleva por delante a la banca de inversión y su perverso modelo. Entonces aparece el gran manipulador Bush y él –fanático neoliberal – decide intervenir. No queda más remedio, amenaza con todos los males sino se hace, y después de escenificar un desacuerdo político –estamos en elecciones- al final el Plan se aprueba en el Senado y en el Congreso. ¿Pero el Plan de salvación es el que se debía implementar o es otra gran mentira para favorecer a los de siempre? Los impagados son aproximadamente 300.000 millones de dólares, el doble de los impagados en un año normal. ¿Puede esto desencadenar semejante terremoto? No. Las pérdidas declaradas por los bancos son mucho mayores. Sólo Bearn Stern, Lehman Brothers, Washington Mutual y Wachovia suponen una pérdida de capital de 260.000 millones. ¿Qué es lo que ha pasado? Algo mucho más grave que la crisis de las subprime. Es un modelo cuasi fraudulento el que ha causado esta catástrofe. No me cansaré de decir que las causas últimas son los tipos de interés tan bajos mantenidos durante años, el gigantesco déficit americano que ha canalizado la mayor parte del ahorro mundial para financiarlo, que por si fuera poco debe financiar las inútiles guerras de Bush, la falta de regulación basada en la nueva doctrina neoliberal y el perverso sistema de pagar unos bonus de locura a los directivos por su gestión si conseguían los objetivos de beneficios que ellos mismos tenían que juzgar, que les ha llevado a tomar riesgos sin cuento sabiendo que en cualquier caso ellos trabajaban protegidos por un paracaídas de oro y brillantes . ¿No hubiera sido mejor que comprar los derivados contaminados – ¿a qué precio finalmente se comprarán? – comprar directamente las hipotecas? ¿No hubiera sido mejor aceptar el cierre de varios bancos estadounidenses para salvar el sistema, buscando que otros se hicieran cargo o nacionalizándolos, garantizando los depósitos? Ahora el problema se ha trasladado a Europa. Ya no es un problema de cómo están de afectados por los activos estructurados que han de provisionar, es de desconfianza de los bancos sobre cuál es el nivel de contaminación de los demás bancos que les lleva a no prestarse dinero entre sí. Los bancos centrales ponen más dinero en la mesa y los bancos lo toman pero no se los prestan unos a otros ni los prestan a las empresas. No se fían de nadie, ningún cliente parece lo suficientemente solvente, la economía se paraliza. Y los depositantes, siempre temerosos, empiezan a desconfiar también; como todo el mundo habla de si están no están a salvo los depósitos, los gobiernos empiezan a dar garantías, y cuantas más garantías dan mayor es la percepción de riesgo. Ya decía ayer que esto empieza porque la banca no presta porque no se fía y se monta el lío de verdad cuando los depositantes no dejen el dinero al banco porque no se fían. La verdad es que ningún estado es capaz de garantizar efectivamente todos los depósitos. Cualquier garantía dada por el Gobierno trata de generar confianza para no tener que hacer frente a garantía alguna, pero la banca, a corto, por definición, nunca puede hacer frente a una retirada masiva de fondos. Todos lo sabemos.