Estos días hemos estado todos muy atareados. Los participantes en los programas: ultimando trabajos, estudiando, preparando presentaciones, pasando pruebas y exámenes; los profesores: de tribunal en tribunal, corrigiendo pruebas, calificando proyectos.

Y luego: las ceremonias de graduación, las cenas de fin de curso… Parecía que nunca se iba a acabar y, ya veis, se acabó, ¡se acaba todo!

Pero ¡qué intensidad de experiencia compartida, qué emocionante y qué interesante para todos! Ya sabéis lo que digo siempre: en los programas de postgrado aprendéis más unos de otros de lo que los profesores somos capaces de enseñaros; y el que más aprende de todos siempre es el profesor. Gracias por vuestras preguntas y por vuestras dudas; es lo que nos hace acabar cada curso sabiendo algo más de lo que sabíamos al comienzo.

Pero, ¡cuidado a la vuelta a la vida normal! Habéis trabajado tanto, habéis sacrificado tantas horas, habéis hurtado tanto de vuestra presencia habitual a amigos, familias, novios y novias, maridos y esposas, hijos e hijas, etc., que ellos se han tenido que acostumbrar a esa ausencia, se han organizado sin vosotros; y puede que ahora tengáis que acostumbraros a su nueva distribución de horas en las que vosotros habéis perdido cuota. El aterrizaje debe ser suave. Incorporaos poco a poco al régimen de vida habitual. No atosiguéis a nadie. Poco a poco todo volverá a su cauce, pero ya nada será igual. Sois diferentes.

La vida es sólo un camino que no se sabe bien en qué termina, ni a dónde nos lleva. Por eso es tan importante vivirla bien, aprovecharla a tope; puede que sea sólo eso: un camino en el que cada uno deja a la generación siguiente sus genes -si ha tenido ocasión- su experiencia, su forma de estar, su conocimiento, su enfoque, etc. Por eso es tan bonito ser profesor: porque a uno le deja la ilusión de haberos dejado, al menos a algunos, al menos algo de eso.

Ayer un alumno me dijo, al despedirse, que yo le había dejado huella. ¡Qué comprometido! ¿Qué clase de huella? me pregunto. No me atreví a preguntárselo. Pero ¡qué bonito! Al final te das cuenta de que das clase para que alguien, de vez en cuando, te diga algo así. ¡Gracias!