El blog de Gustavo Mata

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PEPÍN DOMÍNGUEZ: ARTISTA DE TALENTO SINGULAR Y HOMBRE ELEGANTE, DISCRETO Y, POR ENCIMA DE TODO, BUENO

JUSTIFICACIÓN A MODO DE PRÓLOGO

En entrevistas para El Comercio y La Nueva España a propósito de esta reunión de antiguos alumnos de El Centro, José Cezón Domínguez, primero, y Manuel Noval Moro, después, me preguntaron: ¿Por qué el tema de tu conferencia va a ser Pepe Domínguez? Contesté a los dos lo mismo: “yo a Pepín se la debía desde que me orientó para hacer mi Pregón del Carmín en el año 1985”. Entonces, para variar, yo estaba muy ocupado -en ese tiempo llegué a estar cuatro años seguidos sin tomar vacaciones- pero, en medio de ese lío, pude reservar unos días para venir a La Pola a prepararlo. Lo primero que hice, nada más llegar, fue acudir a Pepín para compartir el enfoque que quería dar a mi charla. La idea central era que La Pola era como una madre que se alegraba siempre de los éxitos de sus hijos; que cuando subías un escalón en tu carrera sabías que en La Pola se iban a alegrar y que lo iban a magnificar. Cuando le conté la idea, él, con su elegancia y discreción acostumbrada, me dijo que le parecía muy bien lo que estaba bien, de lo que no estaba tan bien no dijo nada; y añadió: “si quieres cuando lo tengas terminado me lo lees”. Cuando de nuevo fui a verle para leérselo, tenía para mí un precioso regalo:

MADRE POLA

Ofrenda a  Gustavo MATA:

un polesu universal que tien a su madre fata.

¿Qué voy a decir de la Pola que no se haya dicho ya?

¿Qué voy a contar de La Pola y que suene a novedá?

Sin embargo, por querela, ya no puedo callar más,

porque al querer a La Pola ye cosa muy natural

que´ i diga, como a una madre, algo que quiera escuchar:

Ye La Pola muy moderna y al tiempu tradicional

No hay más que vela: ¡miráila!: ¡qué guapa y qué bien plantá!

En el corazón de Asturias; corazón ella a la par;

con siete siglos a cuestes. ¿Siete siglos? ¡Total ná!

La Pola como les madres non ye vieya, tien edá.

La Pola pa los polesos ye la madre natural

con los brazos siempre abiertos, y abiertos de par en par,

desde la Venta la Uña hasta allá: la Soledá

y al que hasta ellos se llegue ya no lu vuelve a soltar.

¡Qué madraza ye La Pola! Y cómo mira embobá

a los sus fíos: ¡tan guapos! ¡¡y tan listos!!…la verdá:

ye que no hay polesu fatu; faltosín, todo lo más;

pero ya se encarga ella de facelu espabilar.

¿Y les fíes? Por ser suyes son guapes, ye natural,

y simpátiques y limpies y emprendedores al par.

¡¡Con una voz cuando canten!!: el escuchales ye igual

que si en la gloria estuvieres ¡o puede que un poco más!

Cómo sabe disculpar si algún polesu fracasa: ¡Non van todos a triunfar!

Y ye con el que se vuelca, ¡pues no faltaría más!

¡¡Ay qué madre ye La Pola!!

¡¡Ay qué madre sin igual!!

¡¡Ay, La Pola!! ¡¡Madre Pola!!

 Ya no puedo decir más

(Ya no haz falta decir más).

PEPÍN DOMÍNGUEZ

Hoy estamos aquí reunidos para recordar a Pepín, para mantenerlo vivo. Parafraseándole me atrevo a decir que: mientras un polesu viva, Pepín estará entre nosotros.

INFANCIA Y PRIMERA JUVENTUD

Pepín Domínguez no podía ser más polesu: nació en la calle San Antonio, en el número 16, en el primero, en casa de su abuelo materno, Don José María Vigil-Escalera Parajón, notario de Pola de Siero, el tres de marzo de 1916. Era hijo de Don Leandro Domínguez Díaz-Faes, de La Carrera, Juez Adjunto del Tribunal Municipal, que era Alcalde de Siero cuando nace Pepín, y de Doña Florencia Vigil-Escalera Presa. Sus hermanos fueron: Pilar, Victoria y Aurelio, mayores que él, y Leandro, el más pequeño, quien también fue nuestro alcalde durante dieciséis años; dos hermanos más, Luis y María de la Luz, fallecieron a temprana edad.

Pepín pasa su infancia en La Carrera, en la casa colindante con el chalet Villa Aída de los Paladini. De guaje, era geniudo, pero muy cariñoso; a su hermana mayor Pilar, que le adoraba, le encantaba meterlo en la cama con ella porque estaba siempre muy calentín. Desde muy niño le encantaban los libros para niños; los coleccionaba; de muy pequeño, hablaba con la zeta y decía: “eztoz librinoz zon para loz miz niñinoz cuando me caze”.

Empieza a estudiar en el Colegio de Nôtre Dame, en la Pola.  (Pepín es el sexto por la izquierda de la segunda fila empezando por abajo)

Más adelante se va interno al Colegio de los Agustinos en El Escorial, de lo que se sentía muy orgulloso -uno de sus compañeros fue Joaquín Ruiz Jiménez que era amigo suyo-. Después sigue sus estudios en Oviedo. 

Su hermana mayor, Pilar, se casa con Ramón Vigil-Escalera Muñiz el 31 de agosto de 1928, en la capilla de la casona de su tía, Doña María Díaz-Faes, en La Carrera. En la crónica del evento, de entre los hermanos de la novia, sólo figura como asistente Aurelio, pues Pepín, doce años, y Leandro, once, son niños que a los efectos de las crónicas sociales aún no cuentan.

Cuando fallece su padre, en 1931, Pepín tenía quince años. Desde niño siempre había destacado por su talento y sensibilidad artística, tanto para la literatura como para la pintura y, por encima de todo, para las artes escénicas. Gracias a María Jesús Riaño he sabido que el 9 de enero de 1935, cuando Pepín tenía diecinueve años, se reestrena en el Teatro Cervantes de Pola de Siero, a petición del público, la obra “Escuela de Millonarias”, de Enrique Suárez de Deza, en la que Pepín actuaba en el papel de Bonifacio; le acompañaban sus amigos Gregorio Vigil-Escalera, Alfonso Vigil-Escalera, Ramón Muñoz, Elías Lucio, José Riaño y Justo Nosti,  así como  María Berta Díaz, Ángeles Riaño, Naty Gutiérrez, Manolita Vigil-Escalera,  Josefina Díaz, Tomasita Costales y María Anita Villa. ¡Vaya elenco! No nos consta cuándo fue el estreno, pero probablemente fuera en 1934. Para situarnos en la época, la Revolución de Asturias acaba de ser sofocada; y su cuñado Ramón, empresario de éxito, acaba de fundar “Materiales de Construcción Vigil-Escalera”…

Ramón, que al morir su suegro D. Leandro se ha convertido en una suerte de tutor de los hermanos pequeños de su esposa, quiere que Pepín, a la vista de sus habilidades como diseñador y dibujante, estudie Arquitectura; pero el dieciocho de julio de 1936 estalla la Guerra Civil y trunca todos esos planes.

Durante la guerra, Ramón se ganó el sobrenombre de “Pimpinela Escarlata” pues contribuyó a poner a salvo, ocultándolos, a más de cincuenta personas que iban desde curas a barrenderos, desde estudiantes a empresarios… Me dijo Pilos, su hija, que en su casa y en la casa de los abuelos hubo más de treinta y seis registros -alguna vez entraron a registrar accediendo a la casa, por sorpresa, desde el tejado- aunque el sofisticado diseño de los refugios, la coordinación de toda la familia y la complicidad de la red de amigos hizo que nunca encontraran a nadie. Los escondrijos de la casa de Ramón y Pilar eran tres: a uno se accedía desde la cocina, moviendo unos azulejos se entraba a un hueco de planta triangular que quedaba entre las paredes de la casa y las de la casa contigua en la que estaba el bar La Chucha; otro, al que se accedía desde un cuarto de baño, estaba en un espacio colindante con la tienda de materiales de construcción; al tercero, en el desván, se accedía moviendo un zócalo de madera.

La red se completaba con los refugios que había en casa de los abuelos, también en el desván detrás de una pared. La casa de los abuelos, encima de la tienda Almacenes Vigil-Escalera, ocupaba el espacio en el que ahora estamos.

Queca, hermana de Ramón, que hacía de cajera, recibía a los que venían a registrar y avisaba del peligro mediante un timbre situado en el suelo; antes de abrir la puerta del portal, entretenía a los milicianos lo suficiente para dar tiempo a los refugiados a ocultarse. Recuerda Pilos que ocultos en su casa estaban, entre otros, Emiliano Zapatero -que más tarde se casará con Viti, hermana de Pepín-, Tomás Cobián, Carlones el taxista, Adelo “el perrín”, D. Dionisio -un cura- y su hermano Martín, Guillermo y Juan, los de la panadería…

Al comienzo de la guerra Pepín es movilizado, pero se escapa y pasa a ser uno más de los refugiados en la casa de Ramón y Pilar. Leandro, su hermano menor, también movilizado, se pasa de bando en las cercanías de Covadonga. Pepín nunca hablaba de la Guerra Civil. Con su finura, sentido del humor e ironía contaba a sus hijos que en la guerra, cerca de Castellón, él y sus compañeros se exponían más de la cuenta al fuego de fusilería con la esperanza de ser heridos y poder alejarse así del frente. Mi padre tampoco hablaba de la guerra; sólo me contaba, de niño, que cuando veía una bala de cañón acercarse hacia él a ras de suelo daba un salto para que le pasara por debajo… La actitud de ambos es clarificadora respecto al trauma que había supuesto para su generación, trauma que se esforzaban por no trasmitir.

Después de la guerra Pepín enferma y está una temporada convaleciente en casa de su hermana Pilar. Luego pasa un tiempo en Valencia formándose en artes plásticas y decoración.  

LA ETAPA DE MÁXIMA CREACIÓN

En 1941, a los veinticinco años, Pepín escribe en La Carrera el libreto de “Shira, una estrella fugitiva” comedia musical, opereta o zarzuela cinematográfica, que de todas esas maneras es denominada por el autor. La música es del inefable Falo Moro, su amigo. La obra se estrena con éxito apoteósico el sábado 17 de enero de 1942 a las 9:30 de la noche, en el Teatro de la Victoria de La Felguera, por la Compañía Lírica Felguerina bajo la dirección de Ricardo León, dirige la coreografía Pepín Domínguez, quien era autor también de los decorados y la escenografía, y dirige la orquesta Falo Moro. Una semana más tarde, el sábado 24 y el domingo 25, la obra se presenta en Pola de Siero, en el Teatro Cervantes.

También tenemos un programa en el que se anuncia la obra en el Teatro Campoamor de Oviedo, con la misma compañía y el mismo reparto, también un sábado 24 y un domingo 25 ¿de qué mes y de qué año?: no consta. Para que fuera en 1942 tendría que haber sido en el mes de octubre, pero en 1942 el Teatro Campoamor estaba aún destrozado por la guerra; se reabre en 1948. No parece probable que, cuando menos, siete años más tarde del estreno, la misma compañía con exactamente los mismos actores, directores, etc. la reponga, ni más ni menos que en el Teatro Campoamor. ¿Es una broma ese programa? ¿está compuesto “ad hoc” sobre el programa de la presentación en La Pola? A favor de esta tesis la coincidencia de las fechas y horas con las de la presentación en La Pola – sábado 24 y el domingo 25-. Lo dejo aquí para que algún investigador lo aclare.

Me extiendo un poco sobre esta opera prima por ser la menos conocida. Durante mucho tiempo, como recogió Enrique Medina en un artículo sobre Pepín, estuvo desaparecida; fue rescatada gracias a Agustín Rodríguez quien en gestiones directas cerca de Pepita Moro la encontró. Peranchi Fernández transcribió el texto desde las frágiles hojas de papel en las que estaba escrita, que ya estaban bastante deterioradas; se conserva en el Archivo Municipal. La obra tiene siete cuadros, en dos actos, y doce números musicales. Diecisiete actores son necesarios para ponerla en escena. El argumento, muy de Pepín, juega con los malentendidos amorosos de cuatro parejas que acaban resolviéndose al final, volviendo a reinar por encima de todo el amor. Las parejas son: Shira, bellísima princesa hindú, y René Cardona, famoso actor y soltero vocacional; Susana, no tan agraciada, que aspira a ser estrella y huye de una madre dominante -que es hermana de René, aunque ellos lo ignoran- y Mickey un periodista de Hollywood al que ella intenta convencer de que la ayude a triunfar como sea; Gustavo Cardona, padre de René y Susana, y Dorotea, la madre -que llevan mucho tiempo separados por lo que sus hijos, como ya hemos dicho, no se conocen, dado que cada uno se ha criado con cada uno de ellos-; Pancho, caporal del rancho propiedad de Gustavo Cardona, y Lupe, doncella, quienes llevan años de novios continuamente reñidos y reconciliados -como si fueran Pepita Moro y Manolo Zabala-. Todo ello viene aderezado con dos ingredientes adicionales significativos: uno, que la princesa Shira, de viaje con su secretaria Susana desde Hawai a San Francisco,  lleva consigo las fabulosas joyas de su familia que el malvado Tukarán, primo de Shira, pretende robar para devolverlas a su tribu a la que considera propietaria legítima de las mismas; y, dos, que el productor cinematográfico Mauricio Gordon, con la complicidad del periodista Mickey, simula el robo de las joyas para dar publicidad a la película que acaban de rodar Shira y René. Finalmente, en el rancho mexicano de Gustavo Cardona, cuando intentan explicar a Shira que el robo era simulado, comprueban que el malvado Tukarán, quien los había acompañado subrepticiamente en los estudios y en el rancho, convenientemente disfrazado, se las ha llevado. Pero ni a Shira ni a nadie le importan ya las joyas, lo único que les importa a todos es el amor. ¡Maravilloso!

El Preludio es una composición en la que se incluyen los temas musicales de los números de la opereta. El acto primero se desarrolla en varios cuadros: en el barco que lleva a Shira y a su secretaria Susana de Hawai a San Francisco; en el hotel en el que se hospedan cuando llegan; en la sala de fiestas Continental en la que quedan con René; y en los estudios cinematográficos de Hollywood. Los números musicales de este primer acto son: “Canción Hawaiana” (canta Shira), “Yo quiero ser estrella” (foxtrot que canta Susana), “¿Con quién hablo, por favor?” (canción a dúo entre Shira y René), “Mano contra mano” (canción tirolesa que cantan y bailan todos) y “¡Qué bien sabes besar!” (canción, dúo de amor, que cantan Shira y René). El acto segundo se desarrolla en el rancho de Gustavo Cardona, también en varios cuadros, e incluye los números musicales: “Caminito del Rancho” (canción), “Desengaño” (canción hindú que canta Shira), “Lamento” (serenata que canta René a Shira), “Buenos Días señorita” (corrido mexicano que cantan en clave cómica Lupe y Mickey); “Sueño de amor” (slow que cantan a dúo Shira y René mientras bailan), “Fiesta en el rancho” (que cantan todos) y “Espuma de champagne” (vals ballet final). En fin, una obra sorprendente, absolutamente admirable, que demuestra el talento y la ambición artística de los jovencísimos Pepín Domínguez y Falo Moro.

De esta época es una creación poética de Pepín dedicada a su gran amiga Pepita Moro, de la que dijeron en su día que era nuestra Naty Mistral… “¡Babayos!” -les digo yo-, “¡Mentecatos!” -les diría Pepín-: “¡Qué más quisiera Naty Mistral que ser tan guapa o tan magnífica artista y cantante como Pepita!”.

La trova es tan inspirada como escatológica. Por su innegable valor literario e histórico, pese a su tono, la transcribo aquí sin el permiso de nadie…

“aROMAS DE LA TIERRINA”

Aires asturianos para instrumentos de viento con un solo de tiple en “LA” mayor.

Dedicado a Pepita Moro, artista impar, que estuvo a punto de irse “al otro barrio” y no precisamente en “olor de santidad”-

… Yo fui al Carmín de La Pola,

recuerdos traje de allí

pues fedía tanto a mierda

que nunca en jamás volví…

En les fiestes del Carmín

muy mal lo pasó Pepita

la probina, en sin querer,

perdió el control de la “espita”

¡Ay Pepa, Pepita, Pepa!

como “flor de la canela”

en vez “derramar” mixtura

ibes “derramando mierda”

¿Y los vientos que soltabes?

Eren tan descomunales

que al oílos dijo Quica:

¡¡Los fuegos artificales!!

Antón exclamó enfadado,

perdida ya la paciencia:

-“¡Qué sea mi propia hermana

la que me haz la competencia!”

Falo, en plan compositor,

criticó sin disimulo

-“Esi DO no ye de pecho,

Esi DOI ¡ye DO de culo!

¿Qué manducaste, Pepita?

¿Marisco? ¿Bonito en lata?

Lo que fuera, amiga mía,

apestaba la barraca.

Preguntó Maruja Nuño:

-“¿Qué comiste puñetera?”

-“Un poco de centollín”

-“¿Un poco?… Pues compañera,

si llegues a comer más

inundes La Pola entera

y luego dirá la gente:

¡¡Vaya unes fiestes de mierda!!”

¡San Agustín,

toes les cagaes se acaben

pero esta no tiene fin!

¡Señor San Pedro,

pa controlar el mi culo

por más que aprieto no puedo!

Afuera la “Danza Prima”

lenta se desarrollaba…

¡Ay Pepita de esta villa!

¡Ay Pepita de esta casa!

¡Ay dame la bacinilla!

¡Ay dame la bacinada!

¡Ay Pepita que caguida!

¡Ay Pepita, qué cagada!

La “operación bacinilla”

fue de lo más disputada,

más que el torneo de Liga

más que la Copa de España

(El médico presuroso

llega todo sudoroso)

-“¡Ay, pasa ya, Luisín, pasa

que vas a vete en un brete

pues vas tener que tomame

la tensión en el retrete!”

-“¡Esto ye lo nunca visto!

Pa tan gran competición

debíeis haber llamao

al “ingenieru el balón””

-“¡Ay que no puedo más!

¡Ay, que ya no se resiste!”

-“¡Pues aguanta, compañera

y a cagar lo que comiste!

Cuando vuelvas al marisco

tú procura moderate

porque si no te aseguro

que volverás a cagate”.

Y aquí termina la historia,

muy brevemente contada,

de lo que puede llamase

con razón: “la gran cagada”

En esos años, durante un tiempo, Pepín, trabaja en Cenera, Mieres, en la administración de una mina de carbón en la que tenía intereses su cuñado Ramón. Durante su estancia allí, aislado, fuera de su ambiente y su entrañable grupo de amigos, no creáis que se aburría; pintó el techo de la habitación en la que estaba realquilado con un fresco digno de la Capilla Sixtina; compuso “Les muyeres son así”, de la que hablaremos más adelante, y la mayor parte de su obra “Toda Asturias ye un cantar” que es, de nuevo, un ambicioso espectáculo musical que se estrena el viernes 18 de mayo de 1949 en el Teatro Cervantes de Pola de Siero. La dirige él mismo y crea además toda la escenografía y pinta los decorados; la dirección de los coros corre a cargo de D. Ángel Émbil.

La obra consta de un prólogo, seis estampas y un epílogo. El prólogo es un recitado inspiradísimo que comienza: Toda Asturias ye un cantar, de Castropol a Colombres, de Pajares hasta el mar… En la primera parte, la estampa primera, dedicada a Cangas de Onís, se titula “Camino de Covadonga”; la segunda, dedicada a Llanes se titula “La Magdalena” y “San Roque”; la tercera, dedicada a Pola de Siero, se titula “Fui al Carmín de La Pola”. La segunda parte se abría con la cuarta estampa, dedicada a Gijón, titulada “En el muelle de Gijón”; la quinta estampa dedicada a Villaviciosa se titula “El mozu de la rapaza” y la última, dedicada a Mieres, se titula “Fue en la subasta del ramu”. El epílogo vuelve a ser un emocionante recitado: “Así ye Asturias”. Los actores que la estrenaron, por orden alfabético de sus apellidos, fueron: Conchita Álvarez, Lola Álvarez, María Luisa Camino, Tino Carrión, Celestino Cezón, Constantino Cezón, Jesús Cifuentes, Juan Dimas Fuego, la niña Pilina Domínguez, Adelita García, Chonina Granada, Alfonso Martínez, Ángeles Miranda, Luis Miranda, Falo Moro, Pepita Moro, Azucena Noval, Manolín Noval, Tino Presa, Aquilino Rodríguez, el niño Iván Rodríguez, Ramón Suárez y Joaquín Vigil. El fin de fiesta corría a cargo de Pepita Moro, Malili Vigil-Escalera y María Lusa Camino. ¡Imaginaos! ¡Apoteósico!

En esta época, según anota él mismo en un documento que se conserva, los títulos que tiene en preparación son: “Un hombre ante siete caminos”, Farsa. “Como esti rapaz no hay dos”, Comedia. “¡Cambia l´auja, Maruja!”, Pasatiempo asturiano. “¡Non!”, Juguete cómico asturiano. “Fue en la víspera de la boda”, Comedia asturiana. “Cuando un asturianu canta”, Estampa. “Sucedió en Pola de Siero”, Opereta asturiana. “La cosa empezó así”, Opereta. “Amapola”, Zarzuela de ambiente asturiano. “Rapsodia burlesca”, Fantasía burlesca. “Escuela de serenos, Nocturno apassionato pero menos”. “Tía María”, Comedia de ambiente. “La señorita Pygmalion”, Farsa. “La Tenderina”, Comedia asturiana. “El maestrucu”, Comedia asturiana. “Doña Covadonga y yo”, Comedia. “Vuelo hacia el sol”; Comedia dramática. ¿Qué pasó? ¿Cómo se pudo truncar este comienzo de creación fulgurante? ¿Terminó alguna y se ha perdido? Más trabajo para investigar.

La obra teatral “Les muyeres son así” a la que nos hemos referido antes, fue escrita también en Cenera entre marzo y enero de 1946, pero no es estrenada entonces; duerme en un cajón de la fábrica de La Carrera un largo sueño antes de su estreno en el Cinema Siero el 16 de Julio de 1987; ¡un letargo de cuarenta y un años! Bajo la dirección del propio autor y la dirección escénica de Tino Quirós, la pone en escena el grupo teatral XANA integrado por los actores: Amor Sánchez “Mori”, Luis C. Baragaño, Choni Ortea, José Puente, Covadonga Díaz Moro, José Luis Barril “Barri”, Alfonso Moro, Marta Fernández Cuesta, Mario Canal Fanjul, Conchita Alonso y Juanjo Domínguez. El vestuario es de Pepita Moro, se encargan del maquillaje Herminia Álvarez y de la peluquería Encarnita Álvarez Queipo, los apuntadores son Susana Cezón y Rosi Villa. Los beneficios van a parar a la Sociedad de Festejos de Pola de Siero que atravesaba por una delicada situación. El éxito conseguido en La Pola hace que sean contratados para actuar en Noreña para dos actuaciones, a 250.000 pesetas por actuación, de las que los de Noreña -¡ay mamina!- sólo pagaron una. Me asalta una duda existencial, casi metafísica, ¿Qué habría sido mejor?: ¿que hubieran pagado o que no lo hayan hecho y poder así meternos con ellos?

Pepín tenía su genio; un día de ensayos, antes del estreno, los actores andaban demasiado descontrolados y “Barri” le acabó de sacar de quicio. Pepín se enfadó mucho y se fue. Algunos pensaban que no volvería… al día siguiente llegó a dirigir los ensayos como si tal cosa, para alivio de toda la compañía. Ese era Pepín… El mismo grupo teatral XANA, con los mismos componentes, repone la obra siete años después, en julio de 1994, en memoria y homenaje a Pepín. También días después en el Teatro Filarmónica de Oviedo. Las reposiciones se realizan a beneficio de la asociación NORA de ayuda a paralíticos cerebrales y disminuidos psíquicos.

La línea argumental de “Les muyeres son así” vuelve a girar alrededor de los conflictos de varias parejas. Pepín aprovecha para hacer un paseo por los diferentes caracteres de sus personajes femeninos que traza primorosamente. Las parejas son: los jóvenes enamorados Antonín y Marujina, con su relación en crisis; Agustín, el tío de Antonín, y la, cuatro veces, viuda y rica, Doña Tecla; la dominante Carmona y su, casi hasta el final, sumiso marido Pachín, padres de Marujina; Covadonga, hija de Nieves, prima de Antonín que quiere ser artista y tiene la cabeza llena de pájaros, que es cortejada por Enrique “el xastre”, aunque ella al que quiere es a Manolo. En el centro de todo está Nieves, la tía de Antonín, hermana de Agustín y madre de Covadonga. Para aderezar la salsa está Gatita, una actriz de variedades “falsa argentina, natural de Les Segaes” que actúa en Gijón, que primero atonta a Antonín y luego cae en la trampa que le tiende Agustín, en una operación que está financiando, sin saberlo, Doña Tecla. Con una estructura clásica, planteamiento nudo y desenlace, todo se resuelve en el tercer acto con todos los enamorados reconciliados; otra vez Pepín. Gatita ha desaparecido y a la desparejada Nieves, matriarca sufridora de toda la familia, le queda… ¡bajar el telón!

MADERAS LA CARRERA

Al regresar de Cenera, Pepín y sus hermanos Aurelio y Leandro, se hacen cargo de Maderas La Carrera, la serrería y fábrica de madreñes del Cantu Cortijo que estaba frente a la casa en la que habían crecido, entre el Bar Jauja-Casa Avelino y la casa y tienda de Enma y Presenta Camino “Les Manoletes”, hermanas de Felisa, la madre de Pepín “Coca Cola”, todas ellas como de la familia. A continuación, para situaros, está el chalet Villa Esmeralda, ahora pintado de rojo y antes de verde, y enfrente está Villa Aída, también como el anterior de los Paladini con quienes también tenían una amistad muy cercana -alguna Semana Santa pasó Pepín con ellos en Madrid, paseándose en descapotable por la Castellana con Ana María y con Esmeralda, por una vez, presumiendo-.

Cuando de niño visité por primera vez la fábrica de madreñes con mis amigos de infancia: Felipe, Leandrín y Antón Domínguez tuve la misma impresión que cuando al Coronel Aureliano Buendía de García Márquez en “Cien años de soledad” le llevó su abuelo a visitar en Macondo la fábrica de hielo, que le hizo tanta impresión que, años después, frente al pelotón de fusilamiento, era lo que recordaba. A la entrada, una serie ordenada de madreñes: una enorme, otra grandona, otra grande, otra grandina, otra normal, otra pequeña, otra más pequeña y una diminuta, unas dentro de las otras a modo de muñecas rusas, auguraba lo que dentro había. La máquina de hacer madreñes era un artilugio mágico del que salían en batería variassimultáneamente; listas para que alguno de los muchos madreñeros locales las terminara y decorara. ¡Quedé plasmau! También había un aserradero. De allí salían costeros y postes que los entibadores utilizaban en la mina para asegurar las galerías y evitar los derrabes. Alguna vez, algún Domínguez hacía la broma de decir que ellos en La Carrera lo que tenían era un “astillero”… ¡por las astillas!

Recuerdan los sobrinos de Pepín: Pili, Leandro, Antón y, sobre todo, Juanjo -quien por el verano, dado su rendimiento académico manifiestamente mejorable, era castigado a trabajar por las mañanas en La Carrera, lo que para él, en vez de castigo, era un premio- que, en la industria familiar, los tres hermanos Domínguez Vigil-Escalera tenían roles distintos. Aurelio era, por así decirlo, el Jefe de producción, pero delegaba muchas de sus funciones en Adolfo Zarabozo, capataz capaz de arreglar cualquier cosa y de resolver cualquier problema, lo que le dejaba tiempo para relacionarse con todos actuando como Jefe de personal, y, sobre todo, para dedicarse a la avicultura, cuidando con mimo a les sus pites, a las que cuando lo requerían llegaba a operar como un diestro cirujano, y a sus palomas -especialmente le gustaban la colipavas blancas -las que había en el Palomar al lado del Ayuntamiento eran descendientes de las suyas-. Leandro era el gerentín -el que formalmente era Gerente era Ramón-; madrugaba mucho, como los otros dos, y llegaba a La Carrera muy temprano, revisaba la situación de tesorería y bancos, controlaba los ingresos y comprobaba que todos los pagos pendientes fueran atendidos y… se iba a desayunar una tortilla de puerros al Bar Jauja antes de estar puntualmente en su despacho de Alcalde del Ayuntamiento antes de las diez de la mañana. Y ¿Pepín? Llegaba temprano también y asentaba en los libros de contabilidad todos los movimientos. Los libros de contabilidad de Maderas La Carrera -recuerda de nuevo Juanjo- eran como los códices miniados de los monjes de los monasterios del medioevo. Con tintas especiales y un amplio catálogo de plumillas -una para cada cosa; algunas de ellas eran de las que permiten, por su doble plumín, sombrear al tiempo que se escribe- anotaba los asientos contables con esmero. Y después… cultivaba allí gladiolos que, como tenían la costumbre de florecer todos al tiempo, él regalaba en grandes ramos maravillosamente compuestos a todas sus amistades, a la Iglesia, al Asilo…; escribía sus poesías, los maravillosos Christmas ilustrados con que obsequiaba a todos sus amigos, los mini-libros de villancicos escritos a máquina a dos colores con una maquetación increíblemente estética…

Años después, las minas iniciaron su final, los niños empezamos a usar chanclos, los paisanos en vez de madreñes empezaron a calzar botas de agua, … el aserradero y fábrica de madreñes declinan… Encima a Leandro y a Aurelio, se les ocurre morirse muy jóvenes, a destiempo. La industria se cierra, no sin antes dejar a todos los empleados ubicados.

Pepín se recicla, empieza a dar clases de decoración en Oviedo y en Gijón para ganarse la vida. Y se convierte en un maravilloso repujador de estaño.

EL PEPÍN MÁS ÍNTIMO Y FAMILIAR

El día del Carmen del año 1953 D. José Domínguez Vigil-Escalera, nuestro entrañable Pepín, se casa con Doña Carmen Suárez Pérez, nuestra queridísima Menchu. El padre de Menchu es D. Joaquín Suárez Fonseca -Director del Banco Herrero en La Pola, además de abogado de los pobres y de las monjas del asilo- y su madre Doña Carmen Pérez del Palacio. La boda se celebra, lo mismo que la de Pilar y Ramón, en la casona de la tía María Díaz-Faes en La Carrera.

¿Qué decir de Menchu? Menchu era la dulzura y la clase mezclada a partes iguales, aderezada con un temperamento inquieto, casi nervioso, y con una bondad sin límites. Es de esas personas que nunca olvidas, cierras los ojos y la ves nítidamente como si estuviera aquí, ahora. Menchu estaba siempre dispuesta a ayudar a cualquiera que lo necesitase antes de que lo pidiera; con frecuencia iba a echar una mano en el Asilo de Ancianos; pendiente siempre de su hermana Sabi, a la que cuidaba con mimo, y de sus padres; madre amorosa entregada a sus hijos; y… loca por Pepín. ¡Qué suerte para los dos! ¡Qué pareja! ¡Qué cantidad de amor! ¡Que sueño de marido y de padre era Pepín, y qué mujer y qué madre tan extraordinaria era Menchu!

Menchu, cuando salía a hacer algún recado, se paraba a saludar a todos los que se cruzaban en su camino. Eso es algo muy poleso; recuerdo en mis estancias con mi mujer y mis hijos en La Pola, que al salir de casa, los niños me decían: “Papi, ¿qué? ¿vamos a saludar?” Por eso, a veces, Menchu llegaba a mediodía, de vuelta a casa, algo tarde y Pepín se impacientaba, pero ella era capaz de preparar una comida de las que a él le gustaban en quince minutos y se comía a la hora prevista. También cuando salían juntos o iban a Oviedo, Pepín, ya arreglado, le metía prisa, pero en cuanto se volvía ya estaba Menchu en la puerta compuesta y con el bolso en el antebrazo diciéndole: “Bueno, ¿qué pasa, nos vamos o no?”.

Viven inicialmente en Villaverde, 2, en un piso de los Camino. En pocos años llegan los hijos, Carmen, José, Pilar y Joaquín -que lamentablemente ya no está entre nosotros-. Para cada uno de ellos Pepín tiene una composición que les repetía amoroso cada poco:

Carmen Domínguez, Suárez, Vigil-Escalera y Pérez, Díaz-Faes; también Fonseca. Esta niñina, por los cuatro costados, ye asturianina.

El niño José Domínguez es niño muy obediente, menos cuando ve comida, que clava enseguida el diente.

Pilar, Pilar, Pilar, tienes mucho que engordar; Pilar, Pilar, Pilar, sino las vas a llevar. Pilarina ye muy buenina, Pilarina, sí señor; Pilarina ye muy buenina, Pilarina, lo digo yo.

Ay Joaquinín, Joaquinín, mimosín sin disimulo, como no seas buenín, las llevarás en el cu… erpo

Por el verano, después del Carmín, iban a San Esteban, en Morcín, donde la familia de Doña Carmen Pérez del Palacio, la madre de Menchu, tenía la casona solariega conocida como el Palacio de Villar.

Con la sierra del Aramo dominando el horizonte, cerca del Monsacro y del río Morcín, en un lugar de belleza singular, rodeados bosques de robles, hayas, fresnos, tejos, abedules, sauces y castaños, pasan las vacaciones. Pepín pasa unos días con todos y vuelve a sus quehaceres en La Pola, pero va los fines de semana. Paseos, Romerías a la Ermita de Santiago, arriba del Monsacro, el 25 de Julio, y a La Ermita de La Magdalena, algo más abajo también en el Monsacro, el 15 de Agosto por la Asunción. Los niños disfrutando de la aldea. Él recogía ramas, flores silvestres, argomes, felechos… lo que fuera, con los que componía unos centros de mesa y unos ramos de flores para los jarrones de toda la casa de una belleza impresionante. A su suegra le causaba asombro.

Pepín se convierte en el hombre más hogareño del mundo; es casi imposible verle en una cafetería o un bar. Pero en la calle saluda a todo el mundo con el que se cruza.

Participa en todas las actividades recreativas y culturales de La Pola y tiene su casa abierta para todos. Tremendamente curioso. Muy culto. Empedernido lector -le encantaba leer en la cama-, leía y leía incansablemente ¡todo! Coleccionista de cuántas enciclopedias por fascículos se vendían, comprador de toda clase de libros en ediciones de bolsillo -así el presupuesto para libros daba más de sí y logra reunir una buena biblioteca-. Lector de todos los suplementos dominicales de los diarios y de toda clase de revistas. Resolvía los crucigramas, hacía solitarios… Dice su hijo José que si hubiera vivido hoy estaría siempre en internet. Como su hermano Leandro era coleccionista de sellos, que él conseguía de las cartas que recibían los bancos o la Imprenta Noval, entre otros suministradores, y luego despegaba de los sobres con sumo cuidado, sumergiéndolos previamente largo tiempo en la bañera.  Fue fundador y socio número uno del Grupo Filatélico Siero.

Entrañable, muy cariñoso con su Menchu, a la que llamaba Menchaca, Menchuquina, … y con sus niños a los que abrazaba y besaba constantemente. Le encantaban los niños; los suyos y los ajenos. Padre amantísimo aunque reñidor. Recuerda su hija Pilar que ella se extrañaba de que siendo, según ella, tan buenos niños, su padre les riñera tanto. José recuerda que un día que le habían mandado ya varias veces al rincón, al decirle de nuevo: ¡al rincón!, el preguntó: ¿a cuál? Pero cuando sacaba el genio le duraba muy poco; el mejor lenitivo para sacarle de la situación era Pilar, su Pilarina.

Les pedía a los niños que dibujaran una línea en un papel y que dijeran qué querían que les dibujara, y, a partir de esa línea salía la silueta de un elefante, de un tigre o de lo que fuera. Le encantaba corregir los errores gramaticales de sus hijos y sobrinos. Me contó Juanjo que las correcciones empezaban por un: ¡calla la boca, mentecato! Guasón, les decía a los niños: ¿cómo se dice en castellano manzanes?, ellos decían manzanas, ¿y peres?, peras; ¿y cereces?, cerezas; ¿y paredes?, paredas. Les hacía bromas del tipo: ¿qué es una escalera de caracol? o ¿qué es una cosa fofa? Y cuando los niños contestaban accionando las manos, les hacía explicarse con palabras. Les corregía si decían: esta cosa, y decía él, “pero ¡qué es eso de cosa!, ¿qué es?”. Personalizaba los regalos: desde un puesto de mercau a una casa de muñecas; desde un traje de indio con tocado de plumas y todo, hasta cualquier clase de juguete para Reyes. Lo hacía para sus hijos y para los hijos de sus amigos. Carmen y su amiga María Ángeles Nosti, conservan sus cuadernos de labores, que Pepín les iluminaba a la acuarela; las labores eran de la tía Pilar, el otro talento artístico de la familia, inimitable diseñando y realizando ropa infantil, que tenía unas manos increíbles. Las notas de las niñas eran…

Fumador, más incansable que empedernido, de Bisonte – se le quemaba el cigarrillo entre los dedos mientras leía, escribía o pintaba-. Nunca bebía nada, ni agua, sólo bebía leche con Eko, varias tazas al día, y, eso sí, le encantaban las sopas a las que solía añadir Bovril. Disfrutaba de la comida, pero a su modo. Recuerda José, que ya sabemos que es de buen diente, que era un chollo sentarse a su lado cuando había paella porque sólo tomaba el arroz y le pasaba al niño que se sentaba al lado los tropezones. El puré de manzana de guarnición con las carnes le chiflaba. Le gustaban mucho los dulces, era llambión y, como suele pasar, de mayor aún más.

Ayudó a mucha gente, pero ni siquiera hoy en día sus hijos y sobrinos dirán a quiénes ayudó ni me dejan a mí decirlo.  Por Güevos Pintos pintaba y pintaba sin parar. La producción completa era para fines benéficos o para ayudar alguna familia en apuros. A mí me enseñó a pintar huevos, me acuerdo como si fuera hoy. Sus creaciones, con temas rurales o marineros genuinamente asturianos, eran siempre innovadoras; fue el primero en emplear el relieve y fue el ganador indiscutible de las primeras ediciones de los premios que empezó a dar el Banco de Siero a las mejores creaciones, hasta que alguien se quejó y él discretamente dejó de presentarse.

Nunca tuvo carnet de conducir. Le gustaba viajar en tren y entablar conversación con la gente. De esas conversaciones salían los rasgos, giros y ocurrencias de los personajes de sus obras. Decía que con esta gente se aprende más que con nadie.

Pepín sabía relacionarse con cualquiera y hacerse amigo de todos. Nunca tuvo enemigos, más aún, todos los que le conocimos decimos que somos amigos suyos. Y lo decimos convencidos porque era verdad.

Pepín era elegante.

Dice el diccionario de la Real Academia de elegante, 1. adj. Dotado de gracia, nobleza y sencillez. 2. adj. Airoso, bien proporcionado. 3. adj. Dicho de una persona: Que tiene buen gusto y distinción para vestir. ¡Pues eso exactamente era! Con gracia, noble y sencillo; airoso y bien proporcionado; y con buen gusto y distinción para vestir. Siempre impecable; en Verano le encantaba vestirse con tonos claros. Pienso que la elegancia está relacionada con la educación y la educación está basada en el respeto a los demás. Pero ser elegante es algo más que ser educado. No se puede ser elegante si no se es educado, pero se puede ser educado y no ser elegante. Pepín era educado, respetaba a los demás, y, elegante, creo que además de por respeto a los demás por respeto a sí mismo. Como todos los verdaderamente elegantes era discreto. Prefería ir a misa de ocho, y pasar luego a desayunar con su hermana Pilar, que ir a misa de doce -como digo yo: a enseñase-. Iba de vez en cuando al cementerio, a rezar y a honrar la memoria de sus difuntos, pero nunca lo hacía el primero de noviembre. Fijaos si cuidaba las formas que cuando volvía de Oviedo con algún paquete, lo dejaba en la oficina del Arrojo y luego, mandaba a uno de los niños a buscarlo; las normas especifican que un caballero no debe andar por la calle con paquetes o bolsas.

ARTISTA POLIFACÉTICO

Artista; Pepín, por encima de todo, fue artista. No sólo escribió operetas y obras de teatro, también letras de canciones musicadas por Falo Moro -además de la incluidas en Shira- como “Sólo te quiero a ti, Pilar”, y por D. Ángel Émbil como: “Cuando canta un asturianu”, “No me quiso una polesa”. También poesías.

Me emociona más que ninguna la que dedica a Josefina Miranda cuando enviuda de D. Ángel Émbil, el inolvidable maestro, al que tanto deben los músicos de La Pola y también todos los polesos, que había sido un gran amigo de Pepín.

¡SÍ ME QUISO UNA POLESA!

A la memoria de D. Ángel y para Josefina.

Con cariño.

Un ochote de angelinos

cantaba con picardía

“¡Sí lu quiso una polesa

Sin ir a la romería!”

¡Venga p´arriba, don Ángel!

¡Don Ángel, venga p´arriba

que ya lu espera San Pedro,

el de la barba florida,

con el Cristo de Santa Ana

y también Santa María,

con la estrellina en la mano

que a los asturianos guía!

¡Con don Jesús y don Fausto

lu espera Santa Cecilia

frente a un coro de polesos,

todos en primera fila,

deseando que usté llegue

pa cantai la bienvenida!

¡Venga p´arriba, don Ángel!

¡Don Ángel, venga p´arriba!

El ochote de angelinos

entonaba con voz fina:

“¡Sí lu quiso una polesa

Sin ir a la romería!”

¡Qué pena dejar La Pola!

¡Ay qué pena, madre mía!

¡No ver más a los polesos

ni ensayar más, día a día,

los ochotes y orfeones,

ni tocar más en la misa.

¡Qué pena dejar La Pola!

¡No ver más la romería

ni escuchar de madrugada

“¡Ay un galán de esta villa!”,

ni volver a Torrevieja,

ni cantar “La Polesina”,

ni entonar con toda el alma

”¡Asturias, patria querida!”

¡Qué pena dejar La Pola!

¡Ay qué pena, madre mía!

El ochote de angelinos

Una y mil veces decía:

“¡Sí lu quiso una polesa

Sin ir a la romería!”

¡Suba deprisa, don Ángel!

¡Don Ángel, suba deprisa

que cuando esté aquí en lo alto

va a escuchar “La Danza Prima” 

y a dirigir orfeones

y hasta tocar en la misa,

que pa que usté no se canse

va a ayudai Santa Cecilia!

¡Y a la gente de La Pola,

a su gente polesina,

va a tenela ya pa siempre

pues tan dentro lu sentía

que vivirá en su memoria

mientras un polesu viva!

¡Suba deprisa, don Ángel!

¡Don Ángel, suba deprisa!

El ochote de angelinos

Cantabai con alegría:

“¡Sí lu quiso una polesa

Sin ir a la romería!”

Y don Ángel por lo bajo,

ya contentu repetía:

¡Si me quiso una polesa,

y vaya si me quería!

No sólo escribía; pintaba los decorados para sus obras; hacía los diseños de los programas de mano de sus obras y anuncios de otras obras; retratos como el de Maruja Nosti, cuadros, como el que conserva su hija Carmen, o el “escudo de armas” de Menchu que conserva Pilar; carteles para quienes se lo pedían como para el Concurso Hípico de 1952. El escudo de Siero y la imagen corporativa de la Sociedad de Festejos son también obras suyas. La transcripción de la Carta Puebla también es obra de Pepín.

Ya hemos comentado lo que era capaz de hacer pintando huevos para la Fiesta de Güevos Pintos. Hablando de Pascua, el Cirio Pascual de la Iglesia de La Pola fue muchos años creación suya. Pero no sólo eso, diseña muebles, como los que aún conserva Carmen. Pinta biombos, mesas, costureros, cajas policromadas, espejos en cuero repujado…

Cuando empieza a repujar hace objetos preciosos: el interior de la puerta de su última casa en la calle Ería del Hospital era una maravilla; mesas de centro, reproducciones de vírgenes bizantinas, de la cruz de la Victoria, de cristos románicos; una preciosa zapica, tradicional jarra de madera para servir la sidra

He leído, en algún sitio, que si alguien ha vivido mejor gracias a que tú has vivido, merece la pena que hayas vivido. ¡D. José Domínguez Vigil-Escalera, Pepín, tu vida bien mereció la pena!

ANTES DE TERMINAR, MIS AGRADECIMIENTOS

Gracias, para empezar, a Juan León Quirós por invitarme a ser el Conferenciante en este XXVIII encuentro; especialmente después de que yo, en estos últimos años, le dijera varias veces que no podía, debido a mis constantes viajes y compromisos.

Muchas gracias a Rosi Villa, Archivera Municipal de Siero, por recibirnos, a mi mujer y a mí, y atendernos con tanta profesionalidad y tanto afecto en el Archivo Municipal y facilitarnos el acceso a la documentación que allí se conserva, cedida por la familia de Pepín y recopilada en su día por Agustín Rodríguez al que también entrevisté por teléfono y agradezco su testimonio, como también agradezco el testimonio de Peranchi Fernández.

Gracias a Jenaro Soto, Presidente de la Sociedad de Festejos, que me cedió para este acto el mural que en su día Pepín hizo para la Sociedad, además de compartir sus recuerdos y acompañarme y orientarme en todo.

Y ya y de forma muy especial, gracias a los hijos de Pepín y Menchu: Carmen, José y Pilar Domínguez Suárez por abrirme sus corazones y compartir sus vivencias y archivos familiares durante muchas horas en Madrid y en La Pola. También a sus sobrinos Pilos y Marta Domínguez Vigil-Escalera; Pili, Leandro y Juanjo Domínguez Carazo; y Antón Domínguez Rodríguez, gracias por permitir que me apropiase de sus recuerdos más entrañables en largas conversaciones con cada uno de ellos.

Gracias también a Amor Sánchez “Mori”, inolvidable en el papel de Nieves en “Les muyeres son así”, gran amiga de él, a la que también entrevisté.

Gracias a María Ángeles y a Pablo Nosti por compartir, además de sus recuerdos, el retrato hecho por Pepín de su tía, Maruja Nosti, y el cuaderno de labores que le ilustró a ella Pepín, parecido al que ilustró en la misma época a su hija mayor Carmen.

También gracias a María Jesús Riaño por descubrirme un dato que ignorábamos y que estaba en el archivo de su madre, Florindina.

A José Cezón y a Manuel Noval gracias por las entrevistas para El Comercio y La Nueva España y a Pablo Nosti por las fotos.

Gracias a Natalia Vallina por su apoyo logístico como una perfecta Asistente Ejecutivo y a Fredo D´Almeida y Chity Vallina por alojarnos en su casa y hacernos sentir como si estuviéramos en la nuestra, muchas gracias.

Gracias, muchas gracias, muchas veces, a todos, por todo.

Gustavo Mata Fernández-Balbuena

Las Rozas, 23 de abril de 2018

REFERENCIAS

Cezón Domínguez, José “Por el amor de una polesa”

Domínguez Carazo, Juan José “Vida y obra de: Pepín Domínguez”

Domínguez Carazo, Juan José “Les muyeres son así”

Mata Fernández-Balbuena, Gustavo “Pregón de las fiestas del Carmín 1985”

Medina Vigil, Enrique “Testimonio para el recuerdo de los personajes populares de Siero”

Vallejo Vigil-Escalera, José “José Domínguez Vigil-Escalera, Biografía”

Vallejo Vigil-Escalera, José “Enlace Pilar Domínguez Vigil-Escalera, Ramón Vigil-Escalera Muñiz”

OBRA ESCRITA DE PEPÍN DOMÍNGUEZ VIGIL-ESCALERA

Teatro

“Shira una estrella fugitiva”, Zarzuela cinematográfica, música de Rafael Moro Collar

“Les muyeres son así. Caxigalines en tres actos”

“Toda Asturias ye un cantar”

CANCIONES

“Buenos Días señorita”

“Canción Hawaiana”

“Caminito del Rancho”

“¿Con quién hablo, por favor?” 

“Desengaño”

“Fiesta en el rancho”

“Lamento”

“Mano contra mano”

“¡Qué bien sabes besar!”

 “Sueño de amor”

 “Yo quiero ser estrella”

Todas incluídas en “Shira”, con música de Rafael Moro Collar

Otras canciones con música de Rafael Moro Villar

“Río de Xaneiro”, escrita para “Shira” no incluida finalmente en la opereta

“Sólo te quiero a ti, Pilar”

Con música de Ángel Émbil Ecenarro

“Anxelinos”

 “Cuando canta un asturianu”

 “No me quiso una polesa”

POEMAS

“Aromas de la tierrina”, dedicado a Pepita Moro

“Madre Pola”, dedicado a Gustavo Mata

“¡Sí me quiso una polesa!”, dedicado a Josefina Miranda en recuerdo de Ángel Émbil

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ENTREVISTA DE HOY 14 DE ENERO DE 2016 SOBRE LA FIGURA DE MI ABUELO COMO ARQUITECTO

Amigos, os dejo el link que da acceso a la entrevista que me hacen Eloy Algorri y Chechu Gómez rememorando la figura de Gustavo Fernández-Balbuena como arquitecto leonés.
http://cadenaser.com/emisora/2016/01/14/radio_leon/1452780878_329963.html

¡Qué lo disfrutéis!
Un afectuoso saludo.

«LA ARQUITECTURA HUMILDE DE UN PUEBLO DEL PÁRAMO LEONÉS»

Si queréis ver una reproducción del artículo «La Arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés» de Gustavo Fernández-Balbuena, dedicado a Ardoncino, pinchad aquí:

«La arquitectura humilde de un puebo del páramo leonés»

Es el primer artículo sobre arquitectura popular publicado en castellano. Antes de ser publicado en la revista Arquitectura en Junio de 1922 fue leido como una Conferencia en el Ateneo de Madrid.

Para acceder a archivos de alta resolución con las placas de cristal de los dibujos y fotografías usadas por el autor en su Conferencia en el Ateneo pinchad aquí.

Gustavo Fernández-Balbuena es mi abuelo materno.

LA FAMILIA FERNÁNDEZ BALBUENA Y ARDONCINO

Mi familia ha estado ligada a Ardoncino durante más de ciento cincuenta años. Describo a continuación con detalle, que seguro a muchos les parecerá excesivo, a las personas de la familia que recuerdo relacionadas con Ardoncino, sólo con el ánimo de dejar constancia, y por el deseo explícito de las personas de allí, que tan amablemente nos acogieron el Domingo 22 de Agosto pasado.

D. GABRIEL BALBUENA FERRERAS

El primero, de mis familiares, según mis datos, en relacionarse con Ardoncino fue D. Gabriel Balbuena Ferreras (1796-1880), quien adquirió varias fincas en el lugar y una casa del siglo XVII: “La casa de abajo”. D. Gabriel, Notario, Escribano de Rentas en León, fue Congresista por elección popular en casi todas las legislaturas del reinado de Isabel II -1837, 1840, 1843, 1844, 1846, 1853, 1857 y en las Cortes Constituyentes de 1868 que tras la llamada Gloriosa  Revolución aprobaron la Constitución de 1869- y fue Senador por León -también por elección popular, tras la Restauración de la Monarquía, en las Cortes Constituyentes Bicamerales que elaboraron la Constitución de 1876-.

D. Gabriel casó en primeras nupcias con Regina López de Arintero, descendiente de la estirpe de la famosa Dama de Arintero -heroína en la Guerra entre Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja, en la que participó haciéndose pasar por hombre, al no tener sus padres ningún hijo varón, distinguiéndose singularmente por su valor-. Reza una leyenda en un escudo (cito de memoria):

«Si queréis saber quién es

ese valiente guerrero,

quitadle la celada  y ved

a la Dama de Arintero»

Hay un retrato de la Dama en el Museo de la Guerra.

Tuvieron D. Gabriel y Dña. Regina varios hijos: Melquiades, Séptimo Julio, Raimunda Juvenal, Indalecia, Concepción, Cayo, Francisca, Emigdia Gregoria, y Licinia. D. Gabriel enviudó y casó de nuevo con Dña. Francisca Quijada Gómez de Quiñones, Marquesa de Inicio y Condesa de Rebolledo, de la que enviudó sin tener más descendencia.

D. Gabriel fue todo un personaje de su época, otro día escribiré sobre él con más detalle. Campeón del moderantismo liberal en León, junto con el Marqués de Montevirgen y el Marqués de San Isidro, funda en 1860, con otros moderados y unionistas, el periódico “El eco de León”, que se mantiene durante ocho años y llega a tirar la friolera de 800 ejemplares diarios; ciertamente muchos para la época.

D. Gabriel está enterrado en el cementerio de Ardoncino.

D. CAYO BALBUENA LÓPEZ DE ARINTERO

D. Cayo Balbuena López de Arintero (1825-1909), hijo de D. Gabriel, es mi tatarabuelo por partida doble como explicaré después; fue Acalde de León, antes Concejal, y Teniente Alcalde, y también Senador electo por León, aunque no llegó a tomar posesión del cargo.

D. Cayo casó con Dña. Asunción Iriarte de los Cuetos, hija del que fue Teniente General Iriarte, héroe de la Guerra de la Independencia y de la Primera Guerra Carlista, condecorado, entre otras, con la más alta distinción al valor en tiempo de guerra: la Cruz Laureada de San Fernando, y proclamado en tres ocasiones benemérito de la patria por el Congreso por hechos de guerra; D. Fermín también fue Senador por elección popular, por Santander, en la legislatura de 1844.

La esposa de D. Fermín Iriarte fue Dña. Josefa de los Cuetos Riaño, de noble familia santanderina, descendiente directa del Infante D. Juan Manuel, gloria de nuestras primeras letras en castellano, nieto del Rey Fernando III el Santo, que fue un personaje más que notorio en su época. A través de esta señora, toda nuestra familia desciende pues directamente de los reyes de Castilla: Fernando III, Alfonso VII, Sancho II, Alfonso VI, Urraca I y Fernando I, el primer rey de Castilla; también la familia desciende directamente de los reyes de León: Alfonso V, Bermudo II, Ordoño III, Ramiro II y Ordoño II; y de los de Asturias:  Alfonso III, Ordoño I, Ramiro I y Bermudo I.

D. Cayo merece otro artículo, su esposa y familia, como veis merece  una enciclopedia entera, y de D. Fermín Iriarte ya he escrito antes en detalle.

D. Cayo y Dña. Asunción tuvieron varios hijos: Socorro (casada con D. Gustavo Fernández Rodríguez), Regina, Roberto (Bachiller en Artes, Médico, Oficial del Ejército, héroe de la Guerra Carlista declarado benemérito de la patria por méritos de guerra, destinado finalmente en León y gran aficionado a la caza, afición que practicaba en Ardoncino), Carmen (Condesa de Villahermosa del Pinar por su matrimonio con D. Gabriel Moyano, VII Conde de Villahermosa del Pinar), Consuelo (casada con D. Casimiro de Merás), Fermín (Bachiller en filosofía, Licenciado en Derecho y Oficial de Caballería, casado con Dña. Argentina López, quien falleció en acto de servicio al caerse con su caballo “Azufrero” y ser aplastado por él, que no tuvo descendencia), Antonino (fallecido a temprana edad), Guillermo (fallecido a temprana edad), Amparo (casada con D. Miguel Muñiz), Isaac (Médico Cirujano, casado con Dña. Francisca Alonso) e Indalecia (casada con un hermano de Dña. Francisca, la esposa de D. Isaac, D. José Alonso). Todos los hijos de D. Cayo estuvieron en Ardoncino, especialmente durante los veranos; pero especialmente ligados al lugar, además del referido D. Roberto, estuvieron Dña. Socorro, Dña. Indalecia y, más que ningún otro, D. Isaac.

DÑA. SOCORRO BALBUENA IRIARTE

Dña. Socorro Balbuena Irirate, como os decía, casó con D. Gustavo Fernández Rodríguez Bastos y Harizmendi,  General de Ingenieros de la Armada, quien nació en Ribadavia el 24 de Agosto de 1841. Empezó a estudiar Ingeniería Superior de Minas, que abandonó para ingresar por oposición en la de Ingenieros de la Armada en 1866 con el grado de alférez de fragata. De 1868 a 1902, cuando ascendió a general de brigada, estuvo destinado en El Ferrol y Cartagena; fue profesor de Construcción Naval y Máquinas de Vapor de la Escuela Naval Flotante, así como jefe de estudios de la Escuela de Maestranza. En el Ministerio de Marina estuvo destinado en la sección segunda del Consejo Superior y en la secretaría del Centro Consultivo. Le fueron confiadas  varias comisiones técnicas en España, Francia, Italia e Inglaterra. Siendo general de Brigada, desempeñó el cargo de Subinspector de Construcciones Navales(1906). Es el autor de: “Curso de máquinas marinas de vapor”, con cuatro ediciones y un informe favorable de la Real Academia de Ciencias; “Lecciones de construcción naval”; “Teoría y descripción del servomotor Tallerie, descripción de un aparato apropiado para facilitar el arrastre de buques», trabajo cuyos méritos pondera Eduardo Saavedra en un informe dirigido al Ministerio de Marina. Publica también en la Revista General de Marina, artículos: “Algunas observaciones acerca del combate naval de Tsushima” y “Alrededor del buque de combate” (1905) que fueron reproducidos en la Revista Marítima Italiana. Numerario de la Real Academia de Ciencias en 1906, en 1907  toma posesión y diserta  sobre “El buque de combate”. Falleció en Madrid el 20 de Enero de 1929. Estaba en posesión de varias condecoraciones: Cruces al Mérito Militar, al Mérito Naval y Cruz y Placa de San Hermenegildo entre otras.

D. Gustavo y Dña. Socorro son dos de mis bisabuelos maternos, los padres de mi abuelo Gustavo. Tuvieron varios hijos: Concepción (fallecida a temprana edad), Carmen (Superiora de las Hermanas de la Caridad, Gran Cruz de Beneficiencia, Asunción, Consuelo (casada con el arquitecto D. Lorenzo Gallego), Félix (notable oftalmólogo), José, Manuel (Ingeniero de Minas, Director de Minas de Río Tinto y Director General de Cristalera Española casado con Dña. Emilia Fernau), Gustavo (Arquitecto, número uno de su promoción, casado con su prima Dña. Asunción Balbuena), Roberto (Arquitecto de la misma promoción que su hermano Gustavo, número dos de la promoción y notable pintor casado con Dña. Elvira Gascón), Silvio (casado con Dña. Carmen Martínez) y Socorro.

D. ISAAC BALBUENA IRIARTE

D. Isaac Balbuena Iriarte, hijo también de D. Cayo, hermano por tanto de Dña. Socorro, nació en León, el 8 de Marzo de 1869; con 22 años se licencia en Medicina y Cirugía en Santiago de Compostela; en 1898 es nombrado Médico Provisional de Sanidad Militar en el 2º batallón del Regimiento Burgos nº 36 de guarnición en León. Solicita un año después la licencia y ejerce como Médico en León. Obtiene en propiedad la plaza de Médico de Ardoncino, en donde además de atender y no cobrar a sus pacientes, se dedica a la caza, su afición favorita.

D. Isaac casó como decíamos con Dña. Francisca Alonso Pereira -son mis otros dos bisabuelos maternos- y tuvieron tres hijos: Asunción (mi abuela, casada como dijimos ya con su primo carnal D. Gustavo Fernández Balbuena, mi abuelo), Fernando (fallecido a los siete meses) y Cayo (fallecido a los siete años). Podéis comprobar que, al fallecer Cayito, D. Isaac fue el último en llevar en primer lugar el apellido Balbuena. Imaginaos con qué satisfacción acogió que su ya única hija Asunción y su sobrino Gustavo se casaran. Era una forma de perpetuar el apellido. Mis abuelos decidieron unirlos desde entonces; Fernández-Balbuena.

D. Isaac y Dña. Francisca no es que pasaran largas temporadas en Ardoncino, más bien simultaneaban dos residencias: una en la calle Ordoño II en León  -el famoso chalet “Villa Asunción” que estaba al lado del cine Azul, – y la otra en “La casa de abajo” en Ardoncino. El chalet de León estaba en Ordoño II, 17, lindando con el pasaje y la llamada calle Burgo Nuevo, que se llamó antes Capitanes Ripoll y antes travesía de D. Cayo. D. Cayo, el padre de D. Isaac, que era conocido popularmente en León como D. Cayo “el de la levita”, era el propietario de la finca que desde Ordoño II llegaba hasta el río, lo que fue luego el Ensanche, y donde se ubicaba el citado chalet.

D. Isaac, lo mismo que su padre y su abuelo, también se dedicó a la política; se presentó a las elecciones de 1906 por La Vecilla, en la candidatura liberal, y en las de 1916 consigue ser Congresista por León, de nuevo por el distrito de La Vecilla, en las Cortes Generales.

D. Isaac falleció en Ardoncino en 1935. Está enterrado allí. Pero la memoria de D. Isaac está tan viva en Ardoncino que parece que va a aparecer por allí en cualquier momento montado en su caballo blanco, con su barba y su bigote y su característico sombrero. Todos allí lo recuerdan con un inmenso afecto.

Realmente se trataba de un señor singular que marcó a todos con su personalidad. Tenía D. Isaac un tremendo carácter, un inmenso corazón y un gran sentido del humor -todo ello ciertamente muy Balbuena-.

Cuando llegaba a Ardoncino encargaba a sus empleados que barrieran minuciosamente todos los caminos del pueblo, y eso que eran de puro barro, y atendía a todo el que le necesitaba -“era nuestro médico” dicen con orgullo aún hoy, los hijos y los nietos de los que atendió-. D. Isaac no era de gran estatura, sin embargo en la memoria de los lugareños es un hombre notablemente alto. Debe ser cosa de su estatura moral que ha eclipsado, a buen seguro, la estatura física.

Su automóvil fue el segundo en matricularse en León -LE-2-; se cuenta que cuando se le paraba el motor al auto, cosa frecuente en la época, si no arrancaba enseguida al tirar de manivela, se enfadaba muchísimo, tanto que en una ocasión, harto de que no se le pusiera en marcha, sacó un  revolver de entre sus ropas y le pegó un tiro al motor; en fin… cosas de D. Isaac.

También es magnífica la anécdota del cura de San Andrés; parece que el señor cura tenía una fobia recalcitrante a las fiestas de Carnaval y que con frecuencia le daba la lata con el tema a D. Isaac -él fue también Presidente del Casino de León, en donde se celebraban bailes de máscaras en la época de Carnaval-, tratando de influirle para que los suprimiera-. D. Isaac, liberal donde los hubiera, trataba de convencer al cura de lo inocuo de los bailes de máscaras y de lo conveniente del rito carnavalero, tan catárquico y liberador, tan conveniente al fin y al cabo para la salud mental de la gente, pero el cura insistía; tanto insistía el clérigo que D. Isaac, perspicaz y pillo como era y buen conocedor de la naturaleza humana, detectó que la santa fobia del clérigo venía mezclada con una curiosidad no tan santa, aunque bien humana, por cierto. Así que en el momento adecuado de una de sus conversaciones le propuso al cura que asistiera a uno de los bailes de máscaras; naturalmente le dijo que era para que se pudiera formar un recto criterio sobre el asunto en discusión; ¡no por otra cosa! El cura inicialmente se negó escandalizado, pero D. Isaac fue erosionando el ánimo del cura con sutiles argumentos y finalmente le convenció: “al fin y al cabo nadie le reconocería en el baile, porque llevaría una máscara, y, además, él podía abandonar la fiesta de disfraces, si algo hería especialmente su sensibilidad, cuando quisiera; así se formaría su propia opinión con todo fundamento”. Total, que el cura dijo que sí cuando D. Isaac le aseguró que con el disfraz nadie le reconocería. Sin embargo, tan pronto el cura entró en el salón de baile, acompañado de D. Isaac, todo el mundo decía a su paso: ¡mira, éste es el cura de S. Andrés!; ¡fíjate: éste es el cura de San Andrés!; ¡qué gracia: mira, éste es el cura de San Andrés! El cura abandonó precipitadamente el salón pensando que era cosa del demonio que le hubieran reconocido debajo de su máscara; y sí que era cosa del demonio: del demonio de D. Isaac  concretamente, que en la espalda del disfraz del cura había puesto un letrero que de forma más que visible decía: “Éste es el cura de S. Andrés”.

No fue esta la única vez que estuvo cerca de ser excomulgado mi genial bisabuelo. En otra ocasión un aparcero de Villaverde de Sandoval -el monasterio y sus tierras también pertenecieron a la familia-   entró a la iglesia con evidente ánimo de confesarse y a un joven D. Isaac, que estaba en ese momento en la iglesia, no se le ocurrió mejor idea que meterse en el confesionario y confesar al buen hombre, quien -fijaos en la casualidad: como dicen, la realidad siempre supera a la ficción- se confesó, entre otros pecados corrientes, de haber talado algunos chopos propiedad de D. Cayo, el padre de D. Isaac, y haberse apropiado de la madera. D. Isaac, generoso y magnánimo, le absolvió de todo pecado, pero le puso de penitencia, no que devolviera el dinero, sino que hiciera una larga caminata por el camino de Santiago. Cuando el tema, que trascendió, llegó a oídos del Obispo, D. Isaac, esta vez sí, estuvo a punto de ser excomulgado, y a mi entender debía haberlo sido. Pero se ve que entonces la influencia de D. Cayo daba para proteger a su hijo de todo mal, incluida una posible excomunión.

Otra anécdota famosa se produce cuando en el Casino, para escarmentar al típico mirón de partida de cartas, que era corto de vista y tenía problemas en los ojos desde joven, D. Isaac hizo apagar súbitamente todas las luces del bien cerrado salón de juego -tan bien cerrado estaba que en él no entraba nada de luz del exterior-, y consiguió que todos los jugadores, convenientemente aleccionados con anterioridad, siguieran hablando, fumando y golpeando las mesas con los naipes, como si tal cosa; el pobre hombre comenzó a gritar: ¡he perdido la vista!, ¡estoy ciego!, ¡ciego!, ¡me he quedado ciego! Entonces encendieron la luz, se hizo el milagro y el ciego recuperó la vista, pero el pesado mirón no volvió por el Casino nunca más, claro.

Así se las gastaba D. Isaac. Hay muchas anécdotas, pero no quiero extenderme demasiado, aunque me temo que ya lo he hecho. Sólo mencionar que las malas lenguas decían que a D. Isaac le encantaba asistir, cuando estaba en Madrid, al espectáculo en el que la famosa vedette Consuelo Portela,  “La Chelito” se buscaba una pulga indiscreta que se había colado entre su piel y su ropa más íntima, mientras cantaba el famoso cuplé que reza: “Hay una pulga maligna, que ya me está molestando, porque me pica y se esconde y no la puedo echar mano, etc.”. No está comprobado en absoluto; probablemente sean maledicencias de las gentes; ¡seguro que es así!

También dicen esas maledicentes lenguas que a D. Isaac le encantaba el juego y, concretamente, jugar a las chapas, a las que tan aficionados son en León en Semana Santa. Pues bien, fijaos en la fama de D. Isaac y en “¡cómo es la gente de León!” según decía mi madre, que alguien propaló que D. Isaac, un día, en una partida de chapas, se había jugado a mi bisabuela Paca. Eso es, seguro, una mentira, ¿cómo se iba a haber jugado D. Isaac a su esposa a las chapas? En todo caso, si así hubiera sido, lo que es seguro es que D. Isaac ganó la apuesta, porque yo conocí a mi bisabuela; ella estaba en casa cuando yo era un niño, me encantaba quedarme en su regazo durante horas acariciando su cara. Así que, en primer lugar, no es creíble que se la jugara y, en segundo lugar, si así hubiera sido, lo que es seguro es que no la perdió. Pero como lo cuentan…, pues yo lo cuento, pero ¡que quede claro que es sólo una gran mentira!

DÑA. INDALECIA BALBUENA IRIARTE

Hija también de D. Cayo, era hermana de Dña. Socorro y de D, Isaac, casada con D. José Alonso Pereira, hermano como dijimos de Dña. Francisca, la esposa de D. Isaac.

Sus once hijos, nacidos en León, los Alonso Balbuena, eran doblemente primos de mi abuela, Asunción Balbuena Alonso y, simplemente primos de mi abuelo, Gustavo Fernández Balbuena; sus nombres: Manuel (que falleció a los 17 años), María Victoria, Asunción (casada con D. Enrique Amman), Consuelo (casada con D. Adolfo García), Fernando (Médico dentista afincado en León, casado con Dña. Manuela Mella), José María (Médico, casado con Dña. Pilar Pardo de Canalís, quien ayudó a sobrevivir de recién nacida a mi hermana Mari Carmen -nació prematuramente en Ardoncino, a los seis meses y medio de gestación-), Gustavo (Médico, casado con Dña. Clara Arredondo), Soledad (casada con D. Manuel Revuelta), Luis (casado con Dña. Concepción López y Vélez), Isaac (fallecido a los dos años), Carlos (Médico dentista, casado con Dña. Enriqueta Merino) y Mercedes (casada con D. Antonio Prada).  Todos ellos fueron visitantes asiduos de Ardoncino y han transmitido sus recuerdos a las siguientes generaciones.

Mis primos descendientes de Dña. Indalecia y sus descendientes son tantos que entenderán que no los mencione aquí, uno por uno, pero saben que están en mi recuerdo y sé que ellos tienen en su memoria a Ardoncino.

D. GUSTAVO FERNÁNDEZ BALBUENA Y DÑA. ASUNCIÓN BALBUENA ALONSO

La única hija de D. Isaac, Dña. Asunción Balbuena, se casa con su primo carnal, el Arquitecto D. Gustavo Fernández Balbuena, con el que había compartido veraneos en Ardoncino desde niños, junto con el resto de los primos. ¡Imaginaos cómo se multiplica la relación de mi familia con Ardoncino entonces!

En el otoño de 1921, Gustavo Fernández Balbuena  escribe su artículo “La arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”. Mi abuelo tenía verdadero amor por Ardoncino y ya casado pasaba largas temporadas allí descansando, junto con su esposa y sus hijos, y cerca de sus suegros. Los niños pasaban todas las vacaciones de verano allí. Gustavo y Asunción tuvieron cinco hijos muy seguidos: Carmina (mi madre, casada con D. José Mata; que tuvieron cuatro hijos: José Luis, Mari Carmen, Gustavo y María Pilar), Manuel (casado con Dña. Concepción Díaz Portas), Lola (casada con D. Ramón Testa padres de María Ángeles, Asunción y Lola), Rosina (casada con D. Joaquín Caro, padres de Rosa) y Leopoldo (casado con Dña. África Aleixandre, padres de Gustavo, Leopoldo, Luis Ángel, África y Alfredo).

D. Gustavo tenía tal pasión por su profesión de arquitecto, que su salud se resentía por el ritmo enloquecedor de trabajo que se imponía; y cada vez que se encontraba mal iba a Ardoncino a reponerse. Recién casado, pronto planea cumplir un sueño: convertir sus catorce fincas de Ardoncino en un lugar autárquico, autónomo, en el que poder aislarse de todo para seguir creando sin depender de nadie; así, con este motivo, proyecta y construye una casa para sí y su familia, “La casa de arriba” que figura en los catálogos de arquitectura como una obra singular. La casa tenía de todo, salvo molino, porque confiaba que nunca le faltaría el molino del abuelo de José Ramón Fierro, para moler su trigo. La casa está -mejor dicho, estaba, ¡hasta hace bien poco estaba!- en el alto del pueblo y desde allí se contempla aún un horizonte sin límites; se puede ver León y todo el páramo, también la línea de montañas que separa el reino de León de Asturias; y todo a escasos 300 metros de la iglesia de Ardoncino, de “La casa de abajo” y de las bodegas; basta, desde allí, con dirigir la mirada hacia la minúscula vallina para ver todo Ardoncino; y allí arriba se está varios grados de temperatura más fresco que abajo y siempre corre la brisa: ¡un verdadero paraíso!  Ahí creció mi madre y mis tíos, junto a sus padres y junto a Isaías, Isaac, el ama, Basilisa, D. Antonino el cura…, en fin, junto a todo el pueblo. Sus veraneos de  infancia  fueron un torbellino de actividad: jugando al tenis en la pista que tenían detrás de “La casa de arriba”, fumando hojas de parra picadas y liadas con papel higiénico, jugando con todo, con las lagartijas, con los gatitos, con los perros, con las gallinas y los pollitos, con los murciélagos a los que, después de capturados, les hacían fumar cigarrillos, o con las ranas a las que inflaban con un paja de trigo, convenientemente adaptada, e introducida en el animalito por el lado contrario de dónde tienen la boca los pobres bichos, para ver luego como flotaban sin poder hundirse, … ¡hasta tenían una loba enjaulada! una loba que habían recogido de cría después de que cazaran a la madre, -¡si lo llega a saber la protectora de animales!-. Mi madre y mis tíos eran unos pequeños salvajes a tiempo parcial viviendo felices su verano en un marco incomparable. Todos ellos eran genuinos leoneses nacidos en Madrid y en todos estaba imborrable la huella de Ardoncino.

En una de las recaídas de salud de D. Gustavo, que, como os decía, siempre estaba poniéndola en riesgo por exceso de trabajo, deciden, para que se reponga, hacer un crucero por el Mediterráneo; acompañan a Gustavo su esposa Dña. Asunción y su hija mayor Carmina, mi madre, que tiene entonces quince años; es el año 1931. Frente a las costas de Andraitx, en Mallorca, al anochecer, después de cenar en el barco, Gustavo desaparece; la última persona que lo vio describió que estaba apoyado en la barandilla del barco mirando absorto el horizonte, con la mano en la frente, en lo que era una postura característica suya. Esa noche habían cenado a bordo salmonetes. Mi madre no los volvió a probar en su vida.

D. Gustavo Fernández Balbuena cuando desapareció tenía sólo 42 años y ya era considerado el mejor arquitecto de su generación. Un pionero: el primero en escribir sobre arquitectura popular, el primero en escribir un libro sobre urbanismo, el fundador de GATEPAC, el fundador de la Revista Arquitectura de la que fue su primer Director, el autor de importantes trabajos sobre patrimonio monumental -suyo es el Catálogo monumental de Asturias, que escribe en Ardoncino, desde donde viajaba a Asturias para documentarse-, el pionero de la fotogrametría aérea… Su obra arquitectónica es ingente. Llega a ser Arquitecto Jefe de Urbanismo de la capital de España, urbaniza las riberas del Manzanares y el Paseo de la Virgen del Puerto, contribuye decisivamente al trazado de la Ciudad Lineal… Hay muchas obras suyas catalogadas en Madrid. Una obra increíble que desarrolla en muy pocos años. En León su obra más conocida es lo  que fue la sede del Casino en la Plaza de San Marcelo, que hoy es la sede del Banco de Bilbao Vizcaya. Su obra ha sido objeto recientemente de tesis doctorales.

Y, estoy seguro de que si le preguntaran a D. Gustavo de dónde era, no diría que de Ribadavia, en donde había nacido, de donde era su padre y de donde él fue Arquitecto Municipal, diría que él era de Ardoncino. Así se sentía.

Él es el responsable de que Ardoncino sea conocido por todos los que se hayan interesado por la Arquitectura popular en España.

DÑA. CONSUELO FERNÁNDEZ BALBUENA

Casada con Lorenzo Gallego, otro notable Arquitecto, tuvieron varios hijos: José Luis Gallego Fernández (casado con Dña. Elena Belaunde, padres de Elena, Alberto y José Luis); Fernando Gallego Fernández (también notable Arquitecto); María Teresa (casada con D. Elías Díaz Vigil-Escalera, oftalmólogo colaborador de Félix Fernández Balbuena en Gijón, padres de María Teresa); Antonio Gallego Fernández (médico e insigne Catedrático de Fisiología, casado con Dña. Esperanza Fernández, padres de Roberto, también Médico y Catedrático y de Antonio); y María Rosa (“Piola”, otra talentosa artista de la familia). Todos estos primos de mi madre formaban parte de la “troupe” de jóvenes Fernández Balbuena, que invadían en los veranos Ardoncino.

D. FÉLIX FERNÁNDEZ BALBUENA

También se libra de vivir la Guerra, como le sucedió a mi abuelo Gustavo, por haber fallecido antes, Félix, otro de los ilustres hermanos Fernández Balbuena, notorio Médico oftalmólogo, gran investigador del tejido de la retina humana, otro pionero. D. Félix fallece en Gijón, donde ejercía como oculista, en 1936, justo antes de empezar la Guerra. Como Gustavo y como Roberto, Félix había heredado un notable talento para la pintura y el dibujo. D. Félix era algo más que un notable pintor, era, además, muy buen retratista y escultor. Modela un espléndido busto de D. Isaac. Retrata a algunas de sus sobrinas,… Conservo en mi casa un retrato al carbón de su hermano Gustavo, niño, y otro al oleo, de gran formato, de su padre, mi bisabuelo Gustavo, hechos por él.

De Dña. Socorro también conservo un  retrato al oleo, pero hecho por D. Roberto.

También su padre D. Gustavo Fernández Rodríguez, el Ingeniero de la Armada, era muy buen dibujante. Recientemente he descubierto que un hermano suyo, de D. Gustavo Fernández Rodríguez: Silvio Fernández Rodríguez, fue además de Abogado, un famoso pintor;  he podido ver alguna de sus obras que están en el Museo Provincial de Pontevedra. D. Silvio Fernández Rodríguez tiene una calle con su nombre en Pontevedra.

El tío Félix viajaba frecuentemente desde Gijón a Ardoncino, y ha inmortalizado algunas escenas de Ardoncino de los años 20, en sus películas. En ellas se puede ver a los bisabuelos Dña. Socorro y D. Gustavo, a D. Gustavo y Dña. Asunción, con sus hijos en Ardoncino, a D. Roberto, a mi madre y sus hermanos jugando en “La casa de arriba”, a algunos de los hijos de Dña. Indalecia y D. José, etc.

Mi madre recordaba que ella y sus hermanos cazaban ranas para que el tío Félix las empleara después en sus investigaciones sobre la retina.

D. MANUEL FERNÁNDEZ BALBUENA

D. Manuel, Ingeniero de Minas, fue Director General de Cristalera Española y Director de Minas de Río Tinto, casado con Emilia Fernau Bertuelo tuvieron varios hijos: Carlota (casada con D. Augusto García Limón, padres de Emilia, Francisco, Concepción y Augusto), Gustavo (Ingeniero de Minas, casado con Dña. Lucía Azqueta, padres de Lucía, Rosa María, María Antonia y Delia), Leonor (casada con D. Juan Acevedo, padres de Juan Manuel, María del Carmen, Emilia, José Francisco y Gustavo), Emilia (casada con D. Francisco Navarro, padres de Emilia y Carmen), Magdalena (casada con D. Alfonso López-Lago, padres de Jorge, Magdalena, Alfonso y Emilia), y Jorge (fallecido en combate durante la Guerra).

Todos estos primos de mi madre, Fernández-Balbuena como ella, aunque muy ligados a Huelva, estaban también muy frecuentemente en Ardoncino y también trasmitieron los recuerdos a la generación siguiente, a mis primos segundos los García- Limón Fernandez-Balbuena, los Fernández-Balbuena Azqueta, los Acevedo Fernández-Balbuena, los Navarro Fernández-Balbuena y los López-Lago Fernández-Balbuena. Y éstos a sus hijos y nietos. Me consta.

MIS PADRES: DÑA CARMINA FERNÁNDEZ-BALBUENA Y D. JOSÉ MATA GARCÍA

Mi abuela Dña. Asunción, ya viuda, y sus hijos siguen yendo a Ardoncino, cuando menos a pasar el largo verano, de Julio a Septiembre,  en “La casa de arriba”, junto a sus padres D. Isaac y Dña. Francisca, que están en “La casa de abajo”. Mi madre ya es una jovencita y entonces es cuando aparece en escena mi padre: el joven Inspector Veterinario de Chozas de Abajo, D. José Mata García, natural de Villaturiel, hijo de D. Emilio Mata, de Mansilla de las Mulas, y de Dña. Pilar García, de Valdevimbre. D. Isaac es quien los presenta. Se enamoran y se cortejan bajo la atenta vigilancia de la abuela Dña. Francisca, que encargaba a su nieta pequeña Rosina que hiciera de permanente carabina de la pareja en sus paseos por El Bago. Ella, la “abuelina Paca”, era muy conservadora, muy tradicional y decía por ejemplo: “los besos no hacen hijos, pero tocan a vísperas” y ponía mala cara en cuanto mi padre se acercaba a mi madre; incluso después de casados seguía incomodándole que mi padre se mostrara cariñoso con mi madre si ella estaba presente. D. Isaac, era otra cosa, más abierto, más moderno. Cuando mi madre le anuncia su noviazgo a su abuelo Isaac, él le contesta en una entrañable carta, ejemplo incomparable de amor de abuelo, que a él, Pepe, le parece un chico estupendo, con su carrera bien hecha y su porvenir resuelto, trabajador, impecable, etc. y que él no tiene nada que decir, pues ella, mi madre, tiene a su madre, Asunción, para que le aconseje del mejor modo.

Un día, que la pareja de novios -mis padres- estaba merendando con otros amigos, hermanos y primos en la bodega, el vino se le sube a la cabeza a la mencionada “carabina”, a mi tía Rosina; y se le sube al estilo de la zona, a traición; ella, al salir de la bodega, nota súbitamente el efecto del vinillo que poco antes entraba sin sentir, y llena de sinceridad, agarrándole del brazo resueltamente, mira a D. José, mi padre, el novio de su hermana, y le dice: ”la verdad es que mi hermana es muy mona, pero tú, Pepe, ¡qué guapo eres ladrón!”. Mi padre era uno de los hombres mejor parecidos y más distinguidos que yo haya visto y eso no era lo mejor que tenía: era un hombre bondadoso, donde los haya, al que todo el mundo quería y al que todos en todos los sitios por donde pasó recuerdan; bueno, honesto, sobrio y elegante en todos sus gestos, hasta el fin de sus días. D. José Mata fue Inspector Veterinario Titular de Chozas de Abajo con la plaza en propiedad entre el año 1934 y el año 1942. Más adelante, como Doctor en Veterinaria, fue Titular en Aranjuez y después, desde 1944, Inspector Veterinario Titular en Pola de Siero, Asturias, hasta su fallecimiento allí en 1969.

LA GUERRA Y LA POSTGUERRA

El abuelo Isaac ya había fallecido, en 1935. En Julio de 1936, Madrid está en un proceso de grave agitación política que presagia lo peor. El 16 de Julio mi abuela y sus hijos, parten de nuevo -un año más- hacia Ardoncino, a pasar el verano, pero, al estallar a los dos días la Guerra, han de pasar tres años entre Ardoncino y León. ¡Menos mal! Porque en Madrid lo pasaron peor que en León.

Mi madre contaba que en los primeros días de la Guerra se presentó en Ardoncino un camión lleno de hombres vestidos con mono, con una pinta muy mala; subieron a “La casa de arriba”; podían ser de un bando o del otro, y mi padre no estaba en casa pues había ido a una visita profesional; cuando mi padre llegó, a caballo, se acercó al galope, con la mano en alto gritando ¡Arriba España!, menos mal que los del camión eran nacionales, porque sino yo no estaría aquí contándolo. Mi padre y mi tío Manolo combaten en la Guerra del lado nacional. Mi tío Leopoldo, con 15 años, miente sobre su edad y sin apenas barba y bigote, un crío, pero lleno de valor, se incorpora también a filas.

Nunca oí a mi padre referir nada de la Guerra. Si le preguntabas, decía alguna pequeña cosa sin trascendencia y pasaba a otro tema. En Junio de 1937, en plena Guerra, mi padre y mi madre se casan en la Iglesia de Ardoncino, aprovechando un permiso de mi padre. Los anillos de oro los regalan al Tesoro Nacional. Yo conservo siempre en mi dedo anular el de plata de mi padre, con el nombre de mi madre y la fecha -18/06/37- grabadas en el interior. El ramo de novia fueron unas azucenas que crecían en el huerto del cura, D. Antonino, que hasta última hora no se sabía si se iban a abrir a tiempo o no. Finalmente sí lo hicieron. Cada año estoy pendiente de la fecha en la que las azucenas se abren y me acuerdo de ella. Pero en Madrid se abren casi un mes antes de lo que lo hacen en Ardoncino. Las mozas del pueblo cantaron en la ceremonia; puede que la madre de Francisco Javier Martínez Geijo, el Alcalde de Ardoncino, estuviera en el coro cantando el día que se casaron mis padres. Poco después de terminada la Guerra, concretamente dieciocho días después, nace, en Valladolid mi hermano mayor, José Luis, y un año y medio más tarde nace en Ardoncino, el 11 de Septiembre de 1940, mi hermana Mari Carmen, que se adelantó a los acontecimientos naciendo a los seis meses y medio de gestación, por eso les pilló a todos por sorpresa, mientras pasaban el verano en Ardoncino; es ella la que ha recibido en nombre de la familia la placa del homenaje de la Junta vecinal.

D. ROBERTO FERNÁNDEZ BALBUENA

Mientras tanto, el tío Roberto, hermano de mi abuelo Gustavo, arquitecto como él y notable pintor –con obra expuesta en el Museo Reina Sofía, entre otros-, que se sentía también de Ardoncino, igual que mi abuelo, y que era “la oveja roja de la familia”, como le gusta decir a su hija Guadalupe, está en Madrid, seriamente comprometido con la República, participando en la parte de la Guerra que corresponde a un profesional del arte y la cultura: salvar el  patrimonio artístico del país amenazado por la guerra y el pillaje. Roberto es responsable en ese tiempo del Museo del Prado, su Director Ejecutivo, y preside la Junta de Incautación de Obras de Arte; le toca salvar muchos de nuestros tesoros artísticos, entre otros las obras del Museo del Prado bombardeado por la aviación nacional. Mientras una parte de la familia está en el frente, de un lado, Roberto, comprometido con la República, se deja la salud en Madrid trabajando, sin comer, tratando de salvar todo lo salvable de la guerra y del terror de la retaguardia; del terror y la ignorancia de algunos de sus compañeros políticos, aquellos que confundían el patrimonio común: la historia y la cultura, con las posiciones políticas conservadoras que atacaban y sólo por eso los destruían y de aquellos salvajes que, desde el otro bando, llegan a bombardear el Museo del Prado.

Al término de la Guerra, Roberto parte hacia el exilio. Se instala en México, se casa con Elvira Gascón, española exiliada, artista como él, con la que había compartido su labor de salvación del patrimonio artístico en la Guerra. Los casa el Obispo de México D.F.; nacen sus hijas: Guadalupe y Elvira. Guadalupe se casa con D. José Manuel de Rivas Cheriff y tienen tres hijos: José Manuel, Guadalupe y Francisco, y Elvira se casa con D. Fernando Fernández y tiene una hija: Julieta.

¿Qué hubiera ocurrido si mi abuelo -que sociológicamente debía ser conservador, pero que intelectualmente estaba comprometido con su época y con las ideas progresistas, hubiera vivido la Guerra? Mejor no saberlo. A veces, en determinadas circunstancias, es mejor no estar presente. Claro que ¿qué hubiera hecho como Arquitecto si hubiera vivido unos años más?

EL RESTO

Y, para que nadie se pueda sentir no mencionado, menciono aquí a todos los miembros de la famila que están menos presentes en mi recuerdo, pero, para los que Ardoncino era también, y aún es, estoy seguro, un recuerdo imperecedero.

EPÍLOGO PROVISIONAL (Conviene no cerrar nada del todo, por si acaso)

En el año 1942 mi abuela Asunción decide vender todas sus propiedades en Ardoncino. Pero Ardoncino sigue presente en la memoria de mi familia. Es un recuerdo imborrable para todos.

Ahora, comprobamos que la familia, pese a los muchos años transcurridos, sigue presente en la memoria de las gentes de Ardoncino. Con una viveza que parece que fue ayer cuando los Balbuena paseaban por allí.

Parece increíble, pero es verdad. ¡Qué suerte tenemos algunos!

Muchas gracias, otra vez, por todo, a todos los de Ardoncino y Chozas de Abajo.

Gustavo Mata Fernández-Balbuena, Las Rozas de Madrid, 23 de Agosto de 2010

ARDONCINO, UN LUGAR EN MI MEMORIA

“En el camino de León a La Bañeza, en un casi vallecico oculto, está emplazado Ardoncino. Avanza el camino por la meseta adelante, va hacia el páramo, húndese de pronto, cruza un pueblo, una aldea más bien, alcanza luego otra vez el alto y ya Ardoncino no se ve.”
Así comienza su descripción de Ardoncino Gustavo Fernández Balbuena, mi abuelo materno, a decir de muchos, el mejor Arquitecto de su generación, en el primer artículo publicado en castellano sobre Arquitectura rural: “La Arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”, que fue inicialmente el texto de una conferencia que leyó en el Ateneo de Madrid y que luego se publicó en el número 38 de “Arquitectura”, revista fundada por él y de la que fue primer Director, en Junio de 1922.
El artículo supuso poner a Ardoncino en la historia; la puesta de largo de un humilde pueblo, que fue conocido desde entonces como un referente en la Arquitectura popular. Realmente Ardoncino es así, como lo describe Gustavo, una bella y breve sorpresa que el monótono camino sobre el páramo leonés depara a quien transita por allí; un lugar verdaderamente singular.
Este fin de semana pasado he estado, por primera vez, en Ardoncino, un pequeño pueblo como digo a menos de 15 Kilómetros de León. No es casual que nunca hubiera estado allí hasta ahora ni tampoco lo es que haya ido allí por primera vez en esta ocasión. Aunque puedo decir que Ardoncino ha estado presente en mí desde antes de que yo tuviera memoria. Al verlo por vez primera, nada me extrañó, era todo como yo sabía que era, sólo faltaba “La casa de arriba”, recientemente derribada, lamentablemente, y no me costó nada cerrar los ojos y verla, como si aún estuviera allí. Esa casa la proyectó y construyó mi abuelo para sí y su familia y era un referente arquitectónico citado por muchos, es una pena que se haya perdido.
Mi madre, Carmina Fernández Balbuena, la hija mayor de Gustavo Fernández Balbuena, amaba tanto Ardoncino y era tal la añoranza que sentía al recordar lo que para ella era un mundo perdido, que decidió no volver más por allí. Ella me hablaba a menudo de Ardoncino y me acabó contagiando su entusiasmo por el lugar y también su reserva para volver al pueblo. Así que yo tenía una cumplida idea de cómo era el lugar, más que cumplida, sin haber estado jamás allí.
Pese a haber estudiado interno en los Jesuitas en León durante mi Bachillerato, pese a haber pasado innumerables veces muy cerca del lugar, camino de mi Asturias natal, viajando desde Madrid, y pese a pensar en Ardoncino cada vez que estuve cerca, nunca me animé a visitarlo por fidelidad a la memoria de mi madre.
¿Por qué he ido ahora? El año pasado, a raíz de publicar en mi blog y en el blog de CEPADE un post sobre Roberto Fernández Balbuena, notable pintor y arquitecto como su hermano Gustavo, también enamorado de Ardoncino, José Ramón Fierro, 2º Teniente Alcalde de Chozas de Abajo, municipio al que pertenece Ardoncino, se puso en contacto conmigo solicitándome información sobre la familia y, más concretamente, sobre Gustavo. José Ramón es un hombre carismático y entrañable; rápidamente ganó mi voluntad de cooperar; no era difícil conseguirlo, la verdad; y menos para alguien como él; intercambiamos varios correos y muchas llamadas telefónicas y, finalmente, hace unos días, me sorprendió con una invitación para la Familia de D. Gustavo Fernández Balbuena del Alcalde Pedáneo de Ardoncino, D. Francisco Javier Martínez Geijo, otro personaje carismático y entrañable; nos invitaban a un acto de homenaje a la familia Fernández Balbuena en el que descubrirían una placa conmemorativa con motivo de la inauguración de una de las entradas a la anteiglesia, una de las construcciones referenciadas por Gustavo Fernández Balbuena en el artículo, antes mencionado.
Mirad, si yo hubiera sido el encargado de hacer un homenaje a mi familia en Ardoncino, no hubiera sido capaz de hacerlo tan maravillosamente bien como lo han hecho ellos. No soy capaz de describir la forma en la que estos leoneses, tan serios y tan recios, pero al tiempo tan calientes y cercanos, han conseguido trasmitirnos a la familia su sincero aprecio, su respeto y su cariño a todos los que pudimos asistir.
En un acto especialmente emotivo, ayer día 22 de Agosto, nos hicieron entrega de una placa conmemorativa cuyo texto reza:

“JUNTA VECINAL DE ARDONCINO
En reconocimiento a la Familia Fernández Balbuena
Por su estancia durante muchos años en la localidad de Ardoncino, dejando en nuestro pueblo una huella imborrable, agradeciéndole la divulgación dada de nuestro pueblo, durante todos estos años”

Estaba presente todo el pueblo. Gracias a todos. Quiero testimoniar especialmente a toda la Corporación Municipal de Chozas de Abajo, en mi nombre y en el de toda la familia Fernández Balbuena, nuestra especial gratitud. Asistió el equipo de Gobierno en pleno: D. Roberto López Luna (Alcalde de Chozas de Abajo), Dña. Gemma Mª Fernández Suárez (Primer Teniente Alcalde), D. José Ramón Fierro Rodríguez (Segundo Teniente Alcalde), D. Laurentino Molero Fierro (Tercer Teniente Alcalde), Dña. Herminia Martínez Martínez (Concejal) y D. Laudino González Rey (Concejal). Nuestro agradecimiento también a Dña. Marisa Álvarez Vallejo del Ayuntamiento de Chozas de Abajo. Gracias a D. José Ramón Ortiz del Cueto, Director del Museo Etnográfico Provincial de León; y gracias también a la Diputación Provincial y al Instituto Leonés de Cultura.
En el mismo acto, presentaban el Pendón que han rescatado y restaurado este año. La verdad es que están haciendo lo posible y lo imposible por devolverle a Ardoncino su historia y sentar las bases para que Ardoncino perviva.
Para devolverles algo de lo mucho que nos regalaron ayer, he escrito unas páginas sobre la relación de la familia con Ardoncino, con la humilde intención de contribuir a refrescar un poco más la memoria histórica del lugar.

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