Hace 10.000 años, con la aparición de la agricultura, la especie humana, que había ido desarrollándose como cazadora y recolectora en las áreas más favorables del planeta para esas actividades -estuarios, riberas de los ríos, zonas costeras, entornos de climas más templados- empieza a liberar áreas boscosas para las actividades agrícolas a través de la deforestación, modificando radicalmente el entorno natural, y comienza a vivir en ciudades. El desarrollo al principio es lento. En el año 1800 la gente que vivía en las ciudades era el 10 % de la población total; pero en 1900 el 13 %; en 1950, el 29 %, en 2000, el 47 %. A finales de 2007 la mitad de la población vive ya en ciudades. Somos 6.600 millones en total, repartidos en dos mitades: la rural y la urbana. Y a partir de ahora el mundo será cada vez menos rural y cada vez más urbano. La previsión es que en 2030 el 60 % de los 8.300 millones de humanos viva en ciudades. Es decir los 1.700 millones de incremento de población que se dará entre hoy y el año 2030 serán todos urbanitas, y vivirán, principalmente, en las megalópolis de los países en desarrollo. La población en áreas rurales quedará en 3.300 millones.

Viajo a menudo a México desde hace años y cada vez me deja más atónito la contemplación desde el aire de esa ciudad inmensa. Viéndola un par de veces cada año, desde hace siete, se ve literalmente la película del cambio. Uno se pregunta ¿hasta dónde va a llegar esa acumulación de población aparentemente imparable? En mi último viaje, llegué desde San José de Costa Rica, en pleno día y, cosa insólita, con un día muy limpio y claro. Volamos sobre la ciudad más de media hora y pude contemplarla a gusto. México es absolutamente descomunal y absolutamente caótica, ciertamente inimaginable, realmente increíble. 25 millones de personas amontonadas, abarrotando un espacio urbano, con las casas trepando por los cerros, cada vez más arriba, colgándose casi desesperadamente de las laderas. Te quedas mudo, absorto, sobrecogido, perplejo. No es concebible para la mente humana lo que se contempla aunque se esté viendo. No te cabe en la cabeza que la cuarta parte de los mexicanos vivan en el DF.

El desarrollo humano hubiera sido imposible sin las ciudades. El aumento de la productividad en el campo es la clave para ir liberando mano de obra agrícola y propiciando que ésta se concentre en las ciudades, en donde el desarrollo tecnológico facilitó la producción en masa y más tarde el desarrollo de los servicios en las sociedades urbanas y la terciarización de la economía. La vida en las ciudades representa muchas ventajas: facilita una mayor productividad, posibilita un mayor progreso tecnológico, disminuye los costes energéticos, propicia la construcción de mejores infraestructuras básicas: de transportes, hospitalarias, educativas, etc. Pero también supone grandes problemas. No todo el que se desplaza hacia las ciudades lo hace impulsado por el incremento de la productividad en el campo. Muchos lo hacen impulsados por la más absoluta miseria en busca de oportunidades en la ciudad, que finalmente no aparecen, con el efecto de una tremenda y dramática acumulación de pobreza en los suburbios, con una degradación imparable del entorno natural, con un aumento de la inseguridad a niveles desconocidos hasta ahora, con un aumento galopante de las enfermedades infecciosas, y de otras enfermedades, consecuencia de la mala alimentación y del estilo de vida urbano, como la obesidad, el cáncer, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, etc.

La resolución de los problemas de las grandes ciudades del mundo en vías de desarrollo tampoco parece que estén al alcance de la mágica mano del mercado que todo lo arregla. Tendremos que hacer algo más. Otro reto para el siglo XXI.