Llevo varios días en los que cada vez que veo a Francisco Camps, alias “el Curita”, con su longilínea y estilizada figura, su bronceado perfecto y su permanente bamboleo a un lado y a otro, entornando los ojos y repartiendo sonrisas, que no vienen a cuento con la que está cayendo, se me viene a la mente la figura de un cisne negro en un lago de jardín, impulsándose de vez en cuando, cadenciosamente, con una sola de sus aletas, mientras lleva la otra estirada sobre su cuerpo, aunque tapada con sus ahuecadas alas.

Me pasa algo parecido cada vez que veo a Ricardo Costa, alias “Ric”, pero éste no me recuerda a un cisne sino a un ganso pardo moviéndose en tierra, caminando lenta y forzadamente. También va su mirada de un lado a otro, pero con un bamboleo más forzado y una sonrisa tan afectada como la de su jefe, pero menos meliflua, más basta. Tiene “Ric” una extraña figura que ni los trajes del “Bigotes” es capaz de disimular; es raro de tipo: tiene los hombros bajos, muy bajos, y aunque su cuello no es tan largo como a veces parece, resulta muy extraño; y es porque su línea de hombros está más cerca de los 45 º de inclinación que de la cuasi horizontalidad propia del canon de belleza masculino. Por eso se pone esos cuellos de camisa tan extraños y por eso lleva un corte de chaqueta tan raro. Pero ¡ni con esas! El chico tiene un tipo horrible.

Y qué decir de D. Álvaro Pérez el “Bigotes”: éste es más pequeñito y más compacto, aunque no tanto como “el Albondiguilla”, y a mí, con su hortera atildamiento forzado siempre, me recuerda a un patito más pequeño y nervioso de movimientos, concretamente me parece un porrón.

Este delirio zoomorfo que me envuelve últimamente ¿será algo como para consultarlo con el psiquiatra? ¿O será, tal vez, un mecanismo defensivo de mi agotado cerebro para escapar de una realidad tan asquerosa como la que están exhibiendo estos personajes?