De ser muchos a ser uno; ser uno en la diversidad; ese es el lema que figura en el escudo de los Estados Unidos de América del Norte. Ahora son más de cincuenta estados, pero, en su origen, eran trece colonias que decidieron unirse en su lucha contra la metrópoli. La frase latina tiene, alegóricamente, trece letras y procede de un verso de un poema apócrifo, aunque atribuido a Virgilio – Moretum -, que explica algo tan sencillo y poco alegórico como la forma de hacer una ensalada con trece ingredientes. El verso completo dice: color est e pluribus unum.

En España llevamos unos años reconociendo y digiriendo nuestra diversidad; el estado autonómico es un intento – ¿afortunado? – de resolver esta cuestión, que indudablemente está sobre nosotros, amenazante a veces cual espada de Damócles, llena de esperanza para los que quieren que su diferencia sea reconocida. Pese a que somos uno de los estados más antiguos de Europa parece que aún estamos, a estas alturas de la historia, aprendiendo a digerir nuestra diversidad, sin perjudicar nuestra unidad – ojalá -.

Pero no quiero hablar hoy de nuestro estado autonómico. Estoy en América – en Lima -y este pasado domingo, en Bolivia, ha habido un referéndum, extra legal o irregular pero real, para proponer, desde la región de Santa Cruz, una autonomía respecto del poder central de La Paz. Uno no puede dejar de reconocer el paralelismo que ambos fenómenos tienen. Es más, los propios propugnadores del movimiento autonomista declaran inspirarse en nuestra forma de organizarnos, hija de la Constitución de 1978.

Evo Morales, líder sindical cocalero, indígena, de etnia uru, es actualmente el Presidente de Bolivia, elegido por el 54 % de los votos. Evo propone la formación de un estado unitario pero binacional, en el que la mayoría de la población, que es india o mestiza, ejercería, por la fuerza democrática, la gobernación del país; propone también un ordenamiento jurídico nuevo basado en la ley ancestral indígena, que vendría a fusionarse, integrarse o imponerse – eso no se explicita – al sistema anterior. Abrazado a la bandera de ese derecho de los indígenas a gobernar un país en el que son la mayoría – aunque la diversidad de los pueblos indígenas no permite, de forma rigurosa, que sean tratados como si fueran una sola cosa y representados por una sola fuerza – y encabezando durante años todas las protestas, algunas tan poco respetuosas con el ordenamiento jurídico como la que ahora le hacen los autonomistas, alcanza el poder. Nada que objetar a la legitimidad de su victoria pese a lo dicho. La misma legitimidad que la que tienen los líderes de las regiones – los prefectos departamentales -, pues también ellos fueron elegidos por voto directo – y es de señalar que era la primera vez que esto ocurría -. Lo que si es algo más objetable es la aprobación de una nueva Constitución – sin la presencia de la oposición que la boicoteaba, al amanecer y en sede militar -, que está en el origen de la polémica.

Lo más reseñable, a los efectos que hoy pretendo analizar, es que esa nueva constitución consagra que Bolivia es un estado único, pero descentralizado y con autonomías. Evo dice ahora que se refiere a la autonomía de las comunidades indígenas, pero desde Santa Cruz y otras zonas como Tariji, Beni y Pando entienden que se refiere a las autonomías regionales. Estas regiones son las más ricas en el estado más pobre de América Latina y son las que concentran mayor población de origen europeo.

Evo destapó la caja de Pandora y, ahora, le están aplicando su propia medicina. La prepotencia que exhibe a veces el otrora humilde Evo y su capacidad de maniobra con regates en corto secos, es lo que ahora le hacen desde Santa Cruz los autonomistas.

Me preocupa mucho el precedente. Los países americanos son muy heterogéneos; tanto desde el punto de vista étnico, como idiomático, como geográfico, como social, como económico lo son. Si el fenómeno centrífugo prende, lo de los Balcanes en Europa sería una broma al lado de la que se puede formar.

En general, en todos estos países hay un fuerte sentido nacional, pero, sabemos lo fácilmente que prende el discurso demagógico de “nosotros somos diferentes” entre la población.

Para Alder, un sistema heterogéneo sólo se mantiene cohesionado si comparte un objetivo común, externo al sistema, que le trascienda. Si no, el sistema se desagrega en subsistemas que tratan, cada uno de ellos, de encontrar su propio objetivo, para lograr cohesionarse. Si tampoco lo encuentran, el proceso se puede reiterar hasta llegar a un perfecto modelo tribal, con cientos de grupúsculos que lucharán unos contra otros. Los países heterogéneos deben tener esto claro: …E pluribus unum.

Gustavo Mata, Lima, 7 de Mayo de 2008