Las fallas son una fiesta de contrastes, durante todo un año se construyen los más creativos y fantásticos monumentos, representando la vida con una visión extrema, histriónica, crítica, sarcástica y, a veces hasta grosera y zafia, porque tal vez la vida sea todo eso a la vez; pero en las fallas todo es cartón piedra, poliuretano, papel, pintura acrílica … y nada más; todo se crea para que finalmente el monumento arda, desaparezca, convirtiendo todo en humo y cenizas que enseguida los bomberos hacen desaparecer para que al día siguiente, aún con todo el mundo resacoso y melancólico, la vida siga. ¿Todo arde? No, un “ninot” es indultado y preservado del fuego cada año.

Lo ocurrido la semana pasada en Wall Street con la banca de inversiones me trae a la cabeza la imagen de una gigantesca falla que acaba de arder llevándose por delante, como -nunca mejor dicho- una inmensa hoguera de las vanidades, a la aristocracia financiera del planeta: la banca de inversión americana y su, por una parte glamurosa y por otra parte cuasi fraudulenta, forma de hacer negocios y de palear dinero en cantidades asombrosas. Los “ninots” indultados de esa falla: Goldman Sachs y Morgan Stanley, los dos supervivientes, cambiarán su estructura de banco de inversión para convertirse en bancos comerciales, o sea bancos normales, sometidos a regulación y supervisión minuciosa en su forma de hacer banca, como el resto de las entidades bancarias. Pero los otros “ninots” de la gigantesca falla que se construyó en el corazón financiero del mundo: Bear Stearns (desaparecido en marzo), Lehman Brothers (quebró la semana pasada) y Merrill Lynch (fue vendida in extremis a Bank of América) han ardido espectacularmente.

La banca comercial tiene menor rentabilidad, pero menos riesgo, y, sobre todo, debido a que se financian con los depósitos del gran público, tienen más regulación y más supervisión. Depende de la FED en lugar de la SEC. La banca de inversión sólo tiene depósitos derivados de la administración de grandes fortunas y se financian casi sólo en mercados de deuda. Pero parece que, al menos de momento, ese tipo de banca, que siempre tomaba mucho riesgo y que se financiaba con fuertes apalancamientos que multiplicaban los beneficios y que engordaban hasta el escándalo los bonus de los ejecutivos, ha pasado a la historia.

Esta falla que ha ardido no era de cartón ni de poliuretano. La gigantesca “cremá” se ha llevado por delante mucha riqueza, y no sólo eso, se ha llevado muchos falsos dogmas que nos habían inculcado los nuevos profetas del neoliberalismo sin control como si de verdades reveladas se tratara. Lo ocurrido es para Alan Greenspan, uno de los responsables, a mi entender, de lo ocurrido “la peor crisis del siglo».

Lo curioso del tema es que al que le ha tocado arrimar la cerilla al monumento ha sido a George W. Bush. Un epígono neoliberal dogmático. ¡Vaya fin de fiesta! el del mandato de Bush hijo. Pero bueno, parece que la historia se repite porque al que le tocó salvar a las cajas de ahorro estadounidenses de su quiebra en los últimos ochenta con otra intervención sin precedentes fue a Ronald Reagan.

Viva el neoliberalismo. ¿O no?