La investigación en España es una flor exótica. Hay algunas excepciones, pero lo de hacer poco aprecio de la investigación científica, de la tecnología y de la innovación es un mal antiguo y endémico que está en la raíz de nuestro atraso relativo respecto a Europa.

Fijaos si el asunto está metido en los tuétanos de nuestro rancio sentir ibérico que un preclaro hombre de letras, de los más brillantes que ha dado el siglo XIX y XX, D. Miguel de Unamuno, mantenía en una célebre disputa dialéctica con Ortega y Gasset que era mejor dejar que inventaran ellos.

El tema del recorte de la inversión en investigación en los presupuestos generales del estado, negado  inicialmente por la Ministra del Ramo, pese a todas las evidencias -¡qué duro es ser político: todo el día mintiendo como un bellaco, o bellaca!- aunque finalmente admitido, a regañadientes, por la Vicepresidenta Elena Salgado, es un ejemplo más de nuestra ceguera colectiva en este tema clave.

El objetivo europeo –fijado en la estrategia de Lisboa- era llegar al 3 % del PIB. Ese objetivo fue rebajado por el Gobierno español dejándolo en el 2 %. Ahora estamos en el 1,3 % -la media europea es del 1,82%- y estamos planteando un severo recorte adicional. Y eso que Rodríguez Zapatero había dicho que la inversión en I+D+i era esencial en su estrategia para salir de la crisis. ¿Estrategia? ¿Qué estrategia?

Pensarán como antaño que nosotros ya inventamos el botijo y el mocho de la fregona, y que la siesta también la inventamos nosotros… ¡Viva el ingenio ibérico!

No nos merecemos los gobernantes que tenemos. ¿O tal vez sí; por haberlos elegido tan malos? Fuimos nosotros los que los pusimos ahí.

Encima, la alternativa es claramente peor.