Lo que empezó siendo una grave crisis financiera y continuó siendo una más que grave crisis de confianza, ya está afectando gravísimamente a la economía real. La recesión es un hecho en los países desarrollados y los países emergentes y los productores de primeras materias, a los que hasta ahora les había ido relativamente bien, también empiezan a estar afectados. Nadie está a salvo.

Hace año y medio, todavía la economía mundial continuaba creciendo. Hasta el verano de 2007 seguíamos instalados en el optimismo. Tras tres lustros de crecimiento sostenido de la economía casi nos habíamos olvidado de que en la economía hay ciclos. La crisis de las hipotecas basura se inicia al empezar a desinflarse la burbuja inmobiliaria en los EEUU que había sido alimentada por los bajos tipos de interés, tan bajos que eran negativos si se descontaba la inflación, que durante demasiados años promovió el otrora gurú indiscutido Alan Greenspan. Al devaluarse bruscamente los activos inmobiliarios comenzaron los impagados y la caída del valor real de los productos estructurados que la Banca de Inversión montó con la colaboración dolosa de las agencias de rating en los que se disimuló la baja calidad crediticia de éstas hipotecas subprime mezclándolas con otras. La contaminación subsiguiente de una buena parte de la banca internacional, que había comprado los activos estructurados contaminados, y su ocultación también dolosa, pues en lugar de aclarar cuanto antes hasta que punto estaban afectados lo ocultaron mientras pudieron, generó una tremenda desconfianza entre los bancos. Eso devino en una crisis de liquidez que se trasladó a las empresas y que generó la desconfianza de los depositantes que retiraron sus depósitos hacia activos más sólidos como la deuda pública. Las bolsas se han derrumbado. Los mercados de futuros también. Muchos bancos hubieran suspendido pagos o quebrado de no ser por la masiva intervención pública. Falta el crédito y las empresas empiezan a colapsarse. El paro se dispara. La lista de víctimas aumenta.

Pero también hay víctimas ideológicas: la contrarrevolución neoliberal y neoconservadora que se inició hace veinticinco años, con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que se había instalado como un nuevo paradigma de obligada aceptación en todo el mundo, se derrumba. La verdad es que Reagan y Bush dejaron gigantescos déficits y la economía creció tanto con ellos como con Clinton, y con él con superávit público, pero nada de eso importaba. El liberalismo sin límites estaba basado en la revelación divina o casi.

Pero ahora la desregulación y la autorregulación que eran los nuevos paradigmas son abandonadas y el nuevo paradigma es la intervención. Los mercados que eran los que mejor asignaban los recursos son intervenidos sin reparo ni pudor alguno. Antes cualquier intervención era perversa; ahora la carrera para ver quién interviene más imparable. El Estado es el problema y no la solución, decían los que ahora dicen la intervención del estado es la única vía de salvación. Los epígonos seguidores fanáticos del neoliberalismo más radical son hoy los protagonistas de la mayor intervención estatal en la economía que los siglos han contemplado.

Una forma de entender el mundo se ha derrumbado. Los libros de Hayek, Fridmann, etc. que había cuestionado radicalmente el papel del estado en la economía son retirados a la parte menos visible de las bibliotecas. Las antes despreciadas tesis de John Maynard Keynes, están siendo de nuevo aplicadas; sus libros desempolvados y colocados en el sitio de honor, el más visible.

Como bien dice Krugman “La línea intermedia de Roosevelt, Truman, Kennedy y Clinton habría evitado el caos y las quiebras de hoy….el capitalismo libertario del laissez-faire que predicaban Milton Friedman y Friedrich Hayek, al que se permitió desbocarse sin reglamentación…es la fuente primaria de nuestros problemas de hoy. Hoy estos dos hombres están muertos, pero sus envenenados legados perduran.”

Cuando todo se aclare, que se aclarará aunque tarde en hacerlo, ¿alguien volverá a levantar la bandera del liberalismo sin controles? Seguro que sí.

El mercado asigna muy bien los recursos pero no lo arregla todo. Sin controles ni regulaciones los mercados tienen muchos efectos perversos. Lo decía ya Adam Smith. Ninguna teoría explica todo ni se debe aplicar sin restricciones.