Ayer fue el día mundial contra la corrupción. En México, bajo el mandato Felipe Calderón, se ha sancionado a más de once mil funcionarios por mal uso de los fondos y recursos públicos, con multas por cuatro mil millones de pesos, en un año. Además de las sanciones, se recuperaron más de 2.600 millones de pesos.

Petróleos Mexicanos (Pemex) Distribuidora e Impulsora Comercial Conasupo (Diconsa), aduanas y las áreas de la administración vinculadas con la construcción de obras públicas, son las más sensible a la corrupción.

Se ha puesto en marcha un programa “tolerancia cero”, de cuatro años, para hacer frente a la corrupción. Ni corrupción, ni sobornos, ni extorsión, ni trampas, ni tráfico de influencias ni amiguismo.

Casi la mitad de los ciudadanos utilizan la mordida para agilizar procesos en el país. Para hacer una campaña de anuncios anticorrupción, hace cuatro años, la Secretaría de la Función Pública (SFP) hizo una encuesta:  el 47% aceptaron que incurren en mordidas; sólo 24.9% consideró que el asunto más grave por resolver es la corrupción, mientras que para el 20.4%  estas conductas forman ya parte de su cultura.

Este es un asunto capital. Se calcula que cada mexicano gasta el  8 % de sus ingresos en alimentar la corrupción. Y lo peor no es ese coste directo, el coste de la corrupción es como un iceberg: sólo alcanzamos a ver la parte que sale del agua; el coste de la corrupción es, sobre todo, el coste de la ineficacia que introduce en el sistema al asignar los trabajos y los contratos no a los más eficaces sino a los que tienen mayor habilidad para corromper. La corrupción siempre tiene dos culpables: el que se deja corromper y el que corrompe.

Ojalá que este programa tenga éxito; Felipe Calderón ha dado muestras de coraje para abordar los problemas de su país por mucho coste que suponga para él y para su Gobierno.

No sólo es en México donde hay corrupción; ya hemos hablado otras veces de la corrupción en España y hoy nos desayunamos con el Gobernador de Illinois que, incluso, ha tratado de lucrarse de la decisión de nombrar al sustituto de Obama, que es una decisión suya.; quería dinero, una embajada, un puesto en Washington o un trabajo bien remunerado para su esposa  a cambio. Parece que esa no fue la única ocasión en la que trató de lucrarse desde su cargo. ¡Aún no ha dimitido!