Hay hoy en día economistas que se oponen a que los Gobiernos intervengan con inversiones masivas para estimular a la economía en una profunda recesión. Sobre todo en Harvard.

Hay precedentes; entre otros:

Lord Overstone, quien en 1837 decía:

«… reposo, mejora, confianza creciente, prosperidad, excitación, recalentamiento, convulsión, presión, estancamiento y escasez, para acabar de nuevo en reposo.»

Los ciclos son naturales y hay que dejar que se produzcan.

Mucho después, Joseph Alois Schumpeter, que se distinguió por los ataques al New Deal , el plan de recuperación económica de Roosevelt, decía:

“… de la misma forma que cada “boom” destruye el equilibrio, cada depresión tiende a establecer uno nuevo. “

Para él las depresiones son algo bueno, porque proporcionan una catarsis después de las distorsiones de la expansión económica que las precede.

Edward Hastings Chamberlin, mi adorado introductor del modelo de la teoría de la competencia monopolística, que tan clarificador resulta para entender la competencia real, llegó a decir que las depresiones eran «imposibles» porque la demanda nunca podía ser más baja que la oferta. Sí, ¡lo dijo!

También el profeta de los neoliberales Friedrich Hayek, insistía en limitar la expansión del crédito durante la depresión del año 31, amparando la no intervención del estado en la crisis.

En ese año, en una conferencia le preguntaron a Hayek: «¿Quiere decir que si usted me presta una libra y la gasto en consumir algo estoy haciendo que la depresión empeore? Hayek le respondió: «Sí, y es muy complicado explicar por qué».

¡Y tanto!

Yo no creo que ninguna teoría explique perfectamente cómo se entra en las crisis y, sobre todo, cómo se sale. Pero propugnar que los excesos se digieran solos no me parece adecuado.

Yo estoy más cerca de las tesis de Keynes. En este momento, a mi juicio, el estado debe intervenir masivamente.