Tomás de Aquino decía, inspirándose en Aristóteles, que “en el medio está la virtud.” Yo no lo veo así. ¿Los virtuosos son perfiles equilibrados, promediados? No. Yo estoy en otra línea de pensamiento. Dice San Juan en la Carta a la Iglesia de Ladiocea, en el Apocalipsis, (3:15) “Yo conozco tus palabras y sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!, pero eres tibio, y por eso, por tibio, te vomitaré, te arrojaré de mi boca”. Eso pienso yo de los tibios. No me gusta la tibieza.

Los equilibrados suelen ser la consecuencia de un montón de defectos innatos corregidos a costa, frecuentemente, de no mejorar las virtudes también innatas. Yo creo que el hombre es contradictorio, y pienso que el virtuoso no es el que no tiene defectos sino el que explota y engrandece cada día sus virtudes. ¿Quién es capaz de transformar uno de sus defectos en una virtud? Pocas veces se logra eso. La lucha contra los defectos está bien, pero, rara vez, da lugar a que el defecto se convierta en virtud; lo normal es que si se lucha mucho se llegue a la mediocridad. Para mí el camino a la perfección no pasa tanto por corregir los defectos sino por cultivar las virtudes para llevarlas al límite.

Mi recomendación es: Haced cada día mejor lo que ya hacéis bien. Concentraos en eso. Además corregid los defectos, pero esa no es la lucha principal. Los defectos os van a acompañar, probablemente, a la tumba, y la lucha contra los defectos resulta deprimente y poco alentadora por el escaso éxito que normalmente se alcanza en la tarea. El que logre corregir sus defectos, probablemente, llegue a ser el perfecto mediocre. ¿Es verdad el aserto de que “in medio est virtute”? ¡No!

¿Cómo son los presupuestos del Estado que presentó ayer el Vicepresidente Sobes? Tibios. Tan inexorablemente equilibrados que no arreglan nada. Están basados en una recaudación prácticamente estable y un déficit del 1,5%-. Aunque saben que el escenario es peor y que los ingresos se van a resentir, lo que constituye el primer error.

Los líderes políticos son acomodaticios. Pero en circunstancias difíciles es cuando los verdaderos líderes deben atreverse a proponer sacrificios y medidas poco populares. Con paños calientes no se arregla nada. Pero este Gobierno no se caracteriza por su capacidad de gobernar proponiendo medidas impopulares aunque sean necesarias. Prefiere atajar las consecuencias que abordar las causas y este momento requiere otra cosa.

Está bien la preocupación política por el gasto social. 4 de cada 10 euros de gasto, van al pago de pensiones y protección por desempleo. Pero con eso se arreglan las consecuencias de la crisis y no sus causas. Porque pagando el paro no se disminuye éste. No es suficiente.

Ya sé que esto se originó en Wall Street. ¿Pero no teníamos una crisis económica propia derivada de la falta de competitividad y de la crisis de ladrillo? ¿Qué pasa con el sector exterior que no corrige el déficit ni a tiros? ¿Hacemos algo? ¿Qué pasa con la poca flexibilidad que tiene el mercado de trabajo? ¿Lo arreglamos? ¿Qué pasa con la rigidez y falta de transparencia del mercado de crédito? ¿Metemos mano en eso?, etc. La pregunta es ¿cómo desde los presupuestos y desde el Gobierno se puede contribuir a activar la economía?

Solbes tiene claro que no hay porque sacralizar en momentos como este el principio de estabilidad presupuestaria: está previsto un déficit presupuestado del 1,5 %. Pero eso no es suficiente como para conseguir un efecto que reanime de la economía. El superávit acumulado permitía una política inversora más valiente; y tenemos en qué invertir. Los aumentos de inversión en infraestructuras son insuficientes y era el momento de hacerlo. Se me puede decir que la inversión en I+D crece casi un 7%, pero dado nuestro retraso ese no es suficiente para inducir nuevas inversiones en el país a medio plazo.

Tampoco el esfuerzo de austeridad propuesto es suficiente. No basta con congelar los salarios de los altos cargos y sus gastos. Es el momento de reducir. Por ejemplo es el momento de prescindir de la mitad de los asesores en todos los niveles de la administración. ¿Por qué necesitan los políticos tanto asesor? ¿Es que son unos inútiles que no saben de nada y para todo necesitan un asesor al lado? La tentación de pensar eso está ahí, pero yo no quiero caer en ella. Sé que esos asesores que no paran de aumentar son los compañeros de partido que el último vuelco electoral de turno se han quedado sin sueldo oficial, sin coche con chofer; vamos, sin una poltrona. Eso son los asesores; ese es el seguro de paro mejorado de los políticos: “no te preocupes si no obtienes un escaño yo te nombraré asesor, le dirá un compañero de partido que sí haya sido elegido”. Ya se sabe: ”hoy por ti, mañana por mí”.